Como os decía en mi primer post de la nueva temporada, este verano he estado muy entretenido, y aún lo estoy, estudiando el siglo XIX en España. La historia de los pueblos, al menos la de algunos pueblos, es una continua reedición de viejos problemas encallecidos que, con apariencias algo diferentes, pero siendo en el fondo el mismo problema, se presentan una y otra vez.
No entiendo la creciente ignorancia de las jóvenes generaciones sobre nuestro siglo XIX, que encierra las claves de la -también cada vez menos conocida- dramática historia de la primera mitad del siglo XX. La política española actual, con el mal entendimiento endémico entre izquierda y derecha, con partidos que miran más a su interés que al interés real de los que representan, con enfrentamientos radicales que fácilmente devienen en crispación, con la iglesia siempre tratando de influir más allá de lo razonable en todo, con las periferias enfrentadas al estado central, con una discusión siempre abierta sobre la constitución y su reforma, sin acabar nunca de consensuar la forma de gobierno: monarquía o república, sistema bicameral o monocameral, centralismo o federalismo, laicismo o reconocimiento del papel de la iglesia católica, etc., es la reedición enésima de los mismos males que ya nos aquejaron antes. Por eso resulta tan interesante profundizar en la historia. Os lo recomiendo vivamente. Una aproximación fácil y amena es la lectura de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.
Alguien dijo -para unos fue Winston Churchill y para otros el filósofo historiador Jorge Santayana, nacido en Madrid, a comienzos precisamente del XIX, pero que vivió en Estados Unidos- que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, y ese parece ser nuestro caso.
A investigar la historia de mis antepasados -lo que luego se ha convertido, como os decía, en mi principal entretenimiento veraniego- me llevó inicialmente el deseo de que mi pariente mejicana Elvira Fernández Gascón supiera algo más de lo que sabía de su familia española. Elvira es hija de Roberto Fernández Balbuena, de quien ya os he hablado alguna vez, que era tío carnal de mi madre. Roberto, que tuvo un papel protagonista en el salvamento de las obras del Museo del Prado, bombardeado por los aviones de Franco durante la contienda civil, hubo de emigrar al final de la Guerra. Sus hijas Guadalupe y Elvira, son mejicanas, y, concretamente Elvira deseaba saber algo más sobre su familia de lo que sabía
Uno de los personajes de la familia de los que he recuperado bastantes detalles es D. Fermín Iriarte, abuelo materno de dos de mis bisabuelos maternos, Socorro Balbuena Iriarte, e Isaac Balbuena Iriarte, que eran, como es fácil deducir de la coincidencia de apellidos, hermanos, ambos hijos de Cayo Balbuena López y Asunción Iriarte de los Cuetos. Resulta obvio, por tanto, que mis abuelos maternos, Gustavo Fernandez Balbuena y Asunción Alonso Balbuena, ambos bisnietos de D. Fermín Iriarte, eran primos carnales. La hija de D. Fermín, Asunción, es pues doblemente tatarabuela mía y D. Fermín mi, doblemente también, abuelo 4º.
De D. Fermín había un grabado en casa de las hermanas de mi abuelo Gustavo, y nosotros niños no sabíamos muy bien quién era el caballero: un señor de uniforme de época, muy serio, que te miraba desde el grabado con expresión adusta. Sabíamos simplemente que era un familiar militar laureado y poco más.
Pues bien, después de mi investigación veraniega sé que D. Fermín alcanzó en su carrera militar el grado de Teniente General. Héroe de la Guerra de la Independencia y de la primera Guerra Carlista, en la que llegó a ser Mariscal de Campo, está condecorado, entre otras muchas medallas, con la Cruz Laureada de San Fernando -la mayor condecoración que se puede otorgar en España por méritos de guerra, reservada a los actos de mayor heroísmo-; fue declarado en tres ocasiones benemérito de la patria por el Congreso y fue Senador del Reino por Santander, por elección popular, en la legislatura constituyente de 1844-1845.
En los Episodios Nacionales de Galdós y en las memorias del General Espoz y Mina se refieren en varias ocasiones a D. Fermín, a su legendario valor y a sus capacidades como estratega militar.
Os relato brevemente su biografía. Nació D. Fermín Iriarte Urdániz el 12 de Abril de 1789 en Urriza, en el valle de Imoz, en Navarra. Es descendiente de los Iriarte del valle de Larraun. Se educa en Pamplona en donde comienza a los trece años a estudiar Comercio, pero a los diecinueve, el 12 de Abril de 1810, a consecuencia de la invasión Napoleónica y de la Guerra patria para combatirla, se incorpora como soldado en el Regimiento IV de Navarra. Poco tarda en entrar en combate: el 4 de Agosto de ese mismo año toma parte en la toma de la guarnición de Puente la Reina. En 1811, formando parte del Regimiento I de Vizcaya, toma parte en muchas acciones de guerra de la campaña del Norte: Vergara, Azpeitia, Villareal, Elgoibar, Ataun, Tolosa, Villafranca… En ese mismo año es tentado por el general francés que mandaba en San Sebastián, con una gran oferta económica para incorporarse como Oficial a su bando, que Iriarte, simplemente, desprecia. En 1812 prosigue la encarnizada campaña en el Norte; Iriarte interviene en las acciones en Arechavaleta y Mondragón; en Febrero, por méritos de guerra, es nombrado Capitán y como tal interviene en Hernani, Orozco, Loyola, Legorreta, Alegría, Lequeitio y Motrico; en Octubre es ascendido a Teniente Coronel, sitiando Santoña; en Diciembre es ascendido a Coronel. En 1813 y 1814 se distingue en innumerables combates: en Durango, Hormaztegui, Villareal, altos de Segura, Sos, Castillar, y a las órdenes del general Mina batalla contra la división del General París y contra la columna del General Pacombini; también participa en las acciones contra la retaguardia de la columna del rey títere José Bonaparte y en el sitio de San Sebastián. La Guerra de la Independencia está acabando.
Carlos IV, después del conflicto con su hijo y heredero, había abdicado en Fernando VII, pero Napoleón, que “invade pacíficamente” España, les obliga a pactar su renuncia a ambos, a favor del Rey José Napoleón, hermano del propio Emperador -el famoso “Pepe Botella”-. Después del levantamiento popular de 1808 contra los franceses y después de la Guerra de la Independencia, en donde tantos españoles derramaron heroicamente su sangre luchando contra el invasor francés, en 1814, regresa al trono de España Fernando VII. Pero defraudando todas las expectativas y aprovechando el apoyo popular del que disfrutaba -él era inicialmente “el Deseado”- reinstala el absolutismo y elimina la Constitución liberal de Cádiz de 1812: “la Pepa”. Esta etapa inicial del retorno de Fernando VII es conocida como el sexenio absolutista. Es entonces cuando los países americanos empiezan a independizarse del poder colonial. Otro de mis antepasados -José Joaquín Fernández, gallego de Pontevedra- estaba entonces en Perú, casado con una ñusta peruana, Cayetana Bastos, y a punto de que su hijo Manuel, otro de mis tatarabuelos, naciera; pronto, probablemente por el fin de la colonia, deberían regresar a España-.
De 1815 a 1820, está Iriarte acuartelado en los regimientos de Vitoria y Borbón. Es en esa época, el 20 de julio de 1816, cuando el joven Coronel Iriarte se casa con la aún más joven, tenía tan sólo 16 años, Josefa de los Cuetos Riaño, de una muy noble familia santanderina.
En 1822, Riego se subleva y obliga al Rey a jurar la Constitución de 1812 y se instala el llamado Gobierno de los exaltados -que suprimió los privilegios de clase y obligó a la Iglesia y a la nobleza a pagar impuestos y que comenzó una tímida reforma agraria-. En ese año interviene Iriarte contra los facciosos absolutistas levantados contra el gobierno Alonso Cuevillas y el General Quesada: en el valle de Mena, en Aranzazu, en Barairain, en Nazar y Asarta y en Peñacerrada. Finalmente ese año pasa como Coronel al Regimiento España. En 1823 se bate de nuevo contra Cuevillas y Castor: en Quinco, Berrón, Balmaseda y Sodupe; también combate a fuerzas francesas en el sitio de La Coruña hasta la rendición de la plaza.
El rey Fernando VII usa todos sus poderes para boicotear al gobierno liberal y en 1823, con la intervención de nuevo del ejército francés -los llamados cien mil hijos de San Luis- vuelve otra vez el absolutismo. Y con él una tremenda represión contra los liberales: es la llamada Década Ominosa. El Coronel Iriarte, adicto y defensor de la Constitución, está, entre 1824 y 1832, primero prisionero y más tarde exiliado.
Pero en 1833, a la muerte de Fernando VII, el enfrentamiento entre liberales y absolutistas se recrudece y adopta la forma de un pleito dinástico entre el hermano del rey difunto, el infante D. Carlos María Isidro -llamado por los carlistas Carlos V-, furibundo absolutista y dogmático católico, y la viuda del rey, Doña María Cristina, quien aprovechando la abolición de la ley sálica, defiende como Regente el reinado de la niña Isabel II y las ideas liberales, frente a las pretensiones de su cuñado. Es la I Guerra Carlista: un tremendo enfrentamiento civil. El coronel Iriarte regresa entonces a España para defender de nuevo sus ideales. El 10 de Octubre de 1833, recién regresado, un muy influyente viejo cura carlista le ofrece a Iriarte la faja de General y 10.000 duros si acepta unirse a los partidarios de D. Carlos poniéndose al frente de una partida de voluntarios realistas de las merindades de Asturias, Castilla y Cantabria. A estas alturas ya sabemos lo que contestó Iriarte. En ese mismo mes se presenta a las autoridades legales en Santander y es encargado de formar el Cuerpo de Cazadores de Montaña que, con algo más de 300 hombres, se enfrenta, en los primeros momentos de la Guerra, a las fuerzas carlistas que pretendían concentrarse en Torrelavega. Es la famosa acción de Vargas del 3 de Noviembre de 1833. El día anterior ya había hostigado Iriarte a las columnas de Pedrosa y Villanueva en la Hoz de Anero. Pero el día 3 se abate por sorpresa sobre dos batallones que con más de 600 caballos iban al mando del canónigo Echevarría y el Coronel Ibarrola, y les derrota completamente haciéndoles más de 100 prisioneros, entre los cuales estaba el propio Ibarrola. Esa acción, hábilmente explotada desde el punto de vista propagandístico, fue la clave de que Santander y Asturias no cayeran en manos carlistas al comienzo del conflicto. El Coronel Iriarte, como consecuencia de esta acción, después de casi 19 años en ese empleo, fue ascendido por el Gobierno de S.M., de nuevo por méritos de guerra, a General de Brigada. La acción del Puente de Vargas está en el imaginario colectivo cántabro con tintes de leyenda y hay hasta un himno que la conmemora. Ese año -1833- sostiene Iriarte combates con las facciones de Vizcaya en Guernica y con las tropas de Castor en Catao y Galdámez. En el año 1834 continúa hostigando a Castor en Gordejuela, en Sodupe y en la Concha de Carranza. También traba combate con las facciones alavesas al mando de Cuevillas en Valpuesta, y sigue combatiendo a Castor, Arroyo y Bárcena en las alturas de Montehermoso. Más tarde en Marqueniategui cae sobre Ceberio y de nuevo combate a Castor en Sigüenza, Ampuero y Arcalao. Termina ese año combatiendo a las facciones vizcaína, alavesa y guipuzcoana en Gorbea. En 1835 combate al mítico general carlista Zumalacárregui en Hormaztegui, lucha contra Eraso en Villerana y en Villaro y en Guernica contra la facción vizcaína y parte de la guipuzcoana. Es nombrado Comandante General de Santander y de las Encartaciones. En 1836 es además Comandante General de Vizcaya y Guipúzcoa, estando en primera línea en San Sebastián y San Bartolomé. En 1837 está en la toma de las líneas de Ozcomendi y en el Barrio de Loyola en Bilbao, y más tarde en Gantelec, Lecumberri, Arróniz y Murquez. Ese año es promovido a Mariscal de Campo y pasa a mandar un cuerpo de ejército. Participa en la batalla de Chiva, en la acción de Linares y en la de Aranzueque, en Retuerta y la Huerta del Rey. En 1838 tuvo la gloria de ser protagonista en la persecución a la expedición carlista al mando del Conde Negri, en la que con un tiempo infernal, bajo un gran un temporal de nieve, que le ocasiona incluso bajas entre su tropa por el tremendo frío, se internó en los bosques de Liébana y pasó hasta Reinosa y Aguilar de Campoo persiguiendo incansablemente durante 42 días a los carlistas en retirada batiéndolos en Bendejo y en Mayorga, facilitando que Espartero los alcanzara en Piedrahita e hiciera prisioneros a más de 2.000 hombres. El Congreso aprueba que el General Iriarte había merecido bien de la patria por esta acción.
En 1839 es General en el Campo de Gibraltar, y en 1840 en Valencia, pero en este año se produce el pronunciamiento de Espartero, renuncia María Cristina a la Regencia y se nombra Regente a Espartero. De nuevo Iriarte, siempre fiel a su ideario, ha de partir al exilio. En 1843, con el levantamiento de los llamados moderados contra Espartero, regresa a España y es nombrado segundo cabo de la Capitanía General de Burgos y más tarde, de 1844 a 1846 desempeña el mismo cargo en Valladolid.
En la legislatura constituyente de 1844 es elegido Senador por Santander.
En 1846 es ascendido a Teniente General.
El Teniente General Iriarte acumuló más de sesenta años de servicio. Gran Cruz de San Hermenegildo, Gran Cruz de Isabel la Católica, Placa sencilla y Placa laureada de San Fernando y otras varias condecoraciones por hechos de guerra le honran. Por tres veces a lo largo de su carrera, como decíamos más arriba, fue declarado benemérito de la Patria por el Congreso.
¡Vaya ejemplo de heroísmo y de coherencia ideológica en tiempos bien turbulentos! Es un orgullo ser su descendiente.
Otro día seguiré contándoos cosas de algunos de mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos para repasar de paso un poco de historia de nuestra querida España.
Espero que hoy, al menos, os haya entretenido.
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