Las empresas pueden hacer mucho daño, no hay duda, pero hacen muchísimo bien: fabrican magníficos productos que nos resuelven problemas o nos facilitan la vida, proporcionan empleos en los que nos ganamos la vida, dan oportunidad de desarrollar su carrera a sus cuadros, compran suministros a sus proveedores dándoles razón de ser, retribuyen a sus financiadores y pagan dividendos a sus accionistas y… también dan ocasión a sus dirigentes de hacer brillantes carreras y de ganar mucho dinero si tienen éxito en su gestión.
Claro que todo eso se debe hacer con total respeto a los compromisos que se toman desde la dirección de las empresas con cada uno de estos grupos de interés, cuyos intereses muchas veces son contradictorios; incluyendo que los directivos también son grupo de interés y que son, a menudo, juez y parte, pues son los que deciden el equilibrio entre los intereses de los demás. A veces esos directivos se las apañan para ganar cantidades obscenas de dinero sea cual sea el resultado de su gestión. También la dirección de la empresa puede lesionar los legítimos intereses de los clientes, empleados proveedores, accionistas, financiadores, etc., a los que está obligado a servir por un contrato tácito o explícito que tiene con ellos, traicionándolos o defraudándolos. Y también puede generar otros daños si la dirección no respeta las leyes, o corrompe funcionarios o representantes de clientes, o se deja sobornar por proveedores, o deteriora el medioambiente, etc.
Esa es la tremenda responsabilidad de los dirigentes, hacer honor a ese compromiso múltiple, y eso es lo que estamos obligados a exigirles.
Esa es la misión de la empresa y esa, y no otra cosa, es la verdadera RSC.
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