Francis Fukuyama escribió, hace 20 años que la lucha ideológica entre el capitalismo y el comunismo había terminado con la victoria indiscutible y definitiva de la democracia liberal. La perestroika, y la posterior caída del muro de Berlín y del telón de acero era el paso irreversible en esa dirección. Era como un fin de la historia. También pensaba que se había acabado la dialéctica de confrontación entre capital y trabajo y que la democracia liberal resolvía los problemas sociales y económicos tanto en los países desarrollados como en los en vías de desarrollo. La historia demostró que no era así. Los países en desarrollo no salen de esa trampa con facilidad a través de sistemas de democracia liberal y menos a través de las desviaciones maximalistas y dogmáticas extremas de los neoliberales o neoconservadores.
La tremenda tormenta desatada en el mundo, nacida esta vez en el corazón del sistema y no en la periferia como las anteriores, ha puesto en cuestión el paradigma neoliberal que nadie se atreve ya a defender.
El comunismo no puede estar más desprestigiado.
¿Vuelve a ser la socialdemocracia la salida?
Aunque esta vez no valen las soluciones parciales. Pensamos que la única salida es global. ¿Seremos capaces de diseñar un sistema en el que la libertad y el mercado muestren sus ventajas para asignar los recursos; en el que los poderes públicos garanticen la solidaridad entre todos los humanos que deberán tener sus necesidades básicas cubiertas; en donde se asegure el adecuado tratamiento de las externalidades a corto plazo disminuyendo los costes de transacción de las mismas; e imponiendo las soluciones a las de largo plazo como la contaminación creciente y el cambio climático que amenazan la existencia del género humano?
Ese es el reto real, amigos.
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