Decía Ramón y Cajal: «Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia.»
Lo malo no es equivocarse, lo malo es no saber que uno está equivocado. Aún peor es no querer admitir que uno se equivocó. Todavía peor, es negar que uno se equivocó del todo, admitiendo que se equivocó en algo cuando el error era, en realidad, apoteósico. Y el colmo es saber que te equivocaste radicalmente y no tener coraje pera reconocer: “me equivoqué del todo”.
Lo realmente grave no es el error, es la contumacia. Meter la pata y no saber sacarla; instalarse en el error. Si uno se equivoca falla su mente al analizar la realidad, si no sabe reconocer el error cuando es evidente lo que falla es su alma, su corazón.
Alan Greenspan se está cayendo del guindo en el que se subió, pero no termina de enterarse de su papel en este lío que tenemos, que ha sido el de protagonista. Él fue el que plantó el guindo del que no quiere caerse. Dice estar atónito con el “tsunami financiero” y reconoce que estuvo parcialmente equivocado y que no supo prever lo que está ocurriendo. También dice “que los mercados deberían haber estado más regulados y reconoció que estuvo «parcialmente» equivocado cuando apostó por la desregulación”. Añadió: “los mercados deberían estar mucho más regulados para haber impedido el peor tsunami financiero del último siglo».
La desregulación y la llamada ingeniería financiera (¿por qué la llaman así?, yo pienso, desde mi confesada paranoia, que es ofensivo para los ingenieros que la llamen eso) son las causas para Greenspan, pero olvida que la última y primera causa de todo fue él y su política de tipos bajos sostenida durante lustros: eso proporcionó el gas que infló la burbuja. Con tipos de interés real negativos se dio crédito a quien no lo podía pagar, se promocionó y construyó lo que nos se debía haber promocionado ni construido nunca, y esa es la raíz de todo. Luego vino lo demás. Lo del abuso de la banca de inversiones, lo de la golfería de las agencias de rating, lo del agujero financiero, lo de la pérdida de confianza mutua entre bancos y lo del pánico en las bolsas. Greenspan no se quiere enterar de que su política fue la piedra angular de este crash que amenaza con llevárselo todo por delante o, peor aún, lo sabe y no quiere reconocerlo.
Dice el aforismo latino: “errare humanum est”. El error es humano. Y, además, digo yo que el error forma parte del camino a la verdad. Decía el sabio Tagore: “si cerráis la puerta a todos los errores, también la verdad se quedará fuera”.
Cada día me siento más libre y amo más la libertad y la independencia de criterio, incluso respecto a mis propias posiciones previas. Me he acostumbrado tanto a estar fuera de la jaula que ya no aguanto los barrotes aunque sean de oro. Pienso como Woody Allen que “Lo más importante y consustancial al ser humano es que nuestros errores son una clara muestra de nuestra capacidad de elegir”.
En mi juventud, un amigo que me conocía bien me dijo: ¿Sabes qué es lo que me gusta más de ti?, esa seguridad con la que te equivocas. No he visto a nadie equivocarse con tanta seguridad. Pero yo me pasaba la vida cayéndome del caballo, como San Pablo, y reconociendo que una vez más había fallado en mis presunciones. Poco a poco aprendí a no estar tan seguro. Seguí actuando con firmeza pero con menos seguridad en todo lo que hacía; aprendí a relativizar más las cosas. Ahora me sigo equivocando ¿o acertando? Pero, pese a la pasión que pongo en las cosas que digo o hago, nunca estoy seguro de nada y me gusta escuchar a los otros y a menudo especulo y cambio de opinión.
Si no te equivocas de vez en cuando, es que no lo intentas. Y si no lo intentas es seguro que te estás equivocando. Pienso con Mahatma Ghandi que “el error es a veces más generador de acción que la verdad”.
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