Publicado en CINCO DÍAS (09-10-2006)
El liberalismo promueve las libertades individuales y propugna que se limite el poder de los Gobiernos. Para los liberales la libertad del mercado es el motor del progreso humano; la competencia y la búsqueda individual de los beneficios lleva al desarrollo y, por tanto, al bien común. No hace falta nada más que la libertad de mercado: entonces, la mano invisible de Adam Smith, gobernará todo en interés de todos.
En el siglo XX, la Gran Depresión de 1929 casi acaba con la doctrina liberal. En los años treinta el mundo se convulsiona y una parte importante se posiciona en dos modelos extremos: fascismo y comunismo. Se crean monstruosos Estados totalitarios que, desde supuestos ideológicos diferentes, pero igualmente perversos, intentan controlar todo. Estalla la Segunda Gran Guerra Mundial; al final de la misma, el mundo libre tiene que enfrentarse a la Unión Soviética y sus satélites en otra larga confrontación: la Guerra Fría.
En los años siguientes, en el contexto de la lucha contra el comunismo, empieza a desarrollarse el neoliberalismo: una corriente ideológica que lucha contra el comunismo y, de paso, contra cualquier movimiento de izquierda. Esta corriente de pensamiento alcanza su plenitud durante los años ochenta, con el señor Reagan y la señora Thatcher al frente, respectivamente, de los Gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido.
En la década de los noventa se desmantela la URSS; pero, pese a la desaparición del enemigo, el neoliberalismo no ceja; llega a cuestionar absolutamente los avances de la socialdemocracia: el Estado de bienestar, sus fundamentos y sus logros. Para la doctrina neoliberal no hay alternativa posible a sus ideas: el poder político no debe, según ellos, tener influencia alguna; los hechos, dicen, han demostrado la invalidez de todas las medidas intervencionistas.
El mercado es -nadie lo duda- el más eficiente asignador de recursos y el mayor generador de bienestar; pero los liberales clásicos entendían que para que el modelo funcionara era necesario un Estado de derecho fuerte, con una clara separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, en el que todos, incluido el propio Estado, estuvieran sometidos al imperio de la ley. El pensamiento liberal es el padre del moderno Estado de derecho, que es el marco imprescindible para que el modelo liberal pueda funcionar.
Para que el modelo neoliberal fuera eficaz sería necesario que todos los mercados fueran perfectos -sin oligopolios ni monopolios, sin oligopsonios ni monopsonios-, con la misma información -toda- al alcance de todos. Además, sería necesario que no hubiera externalidades negativas a largo plazo derivadas de la actividad económica, y que para las externalidades negativas a corto plazo, los costes de transacción, entre los tenedores de intereses contrapuestos, fueran nulos (las externalidades negativas son los efectos indeseados para terceros de las actividades económicas -como la contaminación, por ejemplo-; también hay externalidades positivas, por ejemplo el efecto beneficioso inducido sobre el resto de las actividades del desarrollo de internet). En muchos casos esas condiciones no se dan, o, mejor dicho, en la práctica, nunca se dan; pero parece que a ningún neoliberal le importe eso.
El Estado debe, al menos, garantizar el imperio de la ley; intervenir en los sectores en los que las economías de escala lleven a que alguien domine el mercado para impedirlo; disminuir los costes de transacción de las externalidades negativas a corto plazo, flexibilizando al máximo el marco económico; propiciar las actividades con externalidades positivas con políticas de apoyo; y, sobre todo, imponer soluciones para las externalidades a largo plazo, para las que es difícil que nadie pacte soluciones transaccionales si no se le obliga. Sabemos que muchas de estas medidas, para poder ser efectivas, han de ser planetarias: como aquellas que tienen que ver con la lucha contra la contaminación, el cambio climático, la desertificación, la pérdida de la biodiversidad, la aniquilación de los recursos pesqueros en todos los mares, la pobreza, las hambrunas, etcétera.
El neoliberalismo es un dogma: ‘el Estado es el problema, no la solución’. Un dogma es una doctrina, que según el que la formula, no admite réplica. El dogmatismo es la tendencia a convertir simplificaciones del conocimiento, en verdades indiscutibles, al margen del análisis, del estudio, de la crítica y de la discusión. Un dogmático es el que no se hace preguntas porque ya posee todas las respuestas; pero, a menudo, el dogmático es el que hace el papel de tonto útil al cínico. Un cínico es el que es indiferente a cualquier esquema de valores e impúdicamente se apropia de él y lo hace trabajar en su exclusivo beneficio; ¿es eso lo que está ocurriendo con los neoliberales dogmáticos?
En lugar de dogmático yo prefiero ser escéptico. Un escéptico es el que se hace siempre preguntas, aunque muchas veces no sea capaz de encontrar las respuestas. ¿Cómo no hacerse preguntas frente a la situación de la humanidad en el siglo XXI? Seguimos sin respuestas a los problemas que la humanidad tiene hoy; en todo caso, el neoliberalismo dogmático no es, desde luego, la respuesta.
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