Ahora resulta que cuando todos sabemos que estamos en una tremenda crisis, con un parón de la economía brusco y brutal, cuando estamos vislumbrando que llegaremos a cuatro millones de parados, nos extrañamos que las pymes tengan dificultades de financiación y le echamos la culpa a la banca por no darles crédito. No es esa la causa. La causa es la propia crisis. Si la demanda no tira, todos lo notan. Cuando a una empresa se le caen las ventas, empieza a tener graves dificultades que, enseguida, se traducen en problemas de financiación. Eso es inexorable, inevitable, lógico. Si la dificultad fuera temporal puede que fuera bueno que la empresa se endeudara para salvar la situación, pero si la situación va a ser duradera no serviría para nada financiar las pérdidas, es mejor tomar el toro por los cuernos, reajustar si es posible la actividad contaryéndola o cerrar la empresa a tiempo. Por eso hay tanto parados. Es doloroso, dolorosísimo, pero es la consecuencia de la crisis. También es doloroso, dolorosísimo que las empresas tengan que cerrar, pero dándoles más crédito del que la situación de cada una permita, en plena recesión, sólo se lograría que subiera la morosidad, poniendo en riesgo a las instituciones bancarias.

Decir «que la banca nos saque de la crisis porque ellos nos metieron», como dice Sebastián, es un ejercico de demagogia barata. Si eso fuera así sería porque ha habido entidades que han concedido mal los créditos; a quién no tenía garantías de devolución. Por eso, esas lo deberían pagar con la subida de la morosidad que afectará a sus cuentas. Incluso si alguna no puede seguir operando, debería ser intervenida por el Fondo de Garantía de Depósitos, pero eso no sería a costa del contribuyente sino del Fondo.

¡Qué cada palo aguante su vela! No es echando la culpa a unos u otros como saldremos sino arrimando todos el hombro, bancos, empresarios, trabajadores, sindicatos patronal y partidos. ¡Ay los partidos!