Toda la energía de la tierra procede, al fin, del sol. Los combustibles fósiles -gas, petróleo, carbón, pizarras bituminosas, arenas alquitranadas- se generaron a lo largo de centenares de millones de años y tienen su origen en transformaciones de la biomasa; una biomasa que acumuló en su día la energía solar a través de la fotosíntesis y que fue quedando atrapada entre los diferentes estratos de la tierra originando el carbón, el petróleo, el gas,… Hay una más que abundante reserva de combustibles fósiles en el planeta: 5.000 Gtoe (miles de millones de toneladas equivalentes de petróleo). El consumo actual es de 10 Gtoe al año. Parece suficiente reserva. ¿No?
Ahora dependemos excesivamente del petróleo, aunque esa dependencia se puede disminuir mejorando la forma de utilización de otros combustibles fósiles -singularmente carbón-. El consumo creciente de petróleo está llevándonos a que en un horizonte contemplable éste se agote. Se estima que pronto alcanzaremos el pico de producción. Los precios seguirán siendo altos y cada vez más altos y eso estimulará la utilización de otros combustibles. Pero el problema finalmente no sería tan grave, hay alternativas de combustibles fósiles como hemos visto. Además el sol sigue regalándonos cada día enormes cantidades de energía. El total de energía que manda el sol a la tierra es 10.000 veces mayor que nuestra demanda actual de energía. Con toda probabilidad, la humanidad resolvería el reto energético. Y está la energía nuclear, que, pese a sus conocidas externalidades negativas aún no bien resueltas y los riesgos derivados de la proliferación de la tecnología nuclear, por sus usos militares, es una fuente más. El problema no es que falten recursos energéticos, sino su aprovechamiento eficiente y, sobre todo, el control del impacto que el uso de combustibles fósiles tiene en el medioambiente.
EL CICLO DEL CARBONO
El carbono del CO2 atmosférico lo fijan las plantas como Carbono orgánico a través de la fotosíntesis, almacenando de esa forma la energía que recibimos del sol. Cuando quemamos un combustible el Carbono retorna a su forma de CO2 y liberamos esa energía acumulada. El problema se deriva de que estamos quemando en poco tiempo un carbono de origen orgánico, fijado como tal durante miles de millones de años, alterando el equilibrio natural. En la atmósfera ha habido, durante centenares de miles de años, una proporción casi fija -con pocas y poco significativas variaciones de ciclo anual- de 280 moléculas de CO2 por cada millón de moléculas de todos los componentes del aire. Ciertamente en la historia geológica de la tierra ha habido épocas con mayores concentraciones de CO2, pero hablamos de hace bastantes miles de millones de años. La tierra entonces era un sitio muy caliente y muy húmedo, sin casi condiciones para la vida de organismos superiores, habitada por una sopa de algas y bacterias, en el que empezaban a aparecer los primeros vegetales evolucionados, los helechos. La concentración de CO2 ha sido fija como decíamos desde mucho antes de la aparición del hombre sobre este maravilloso, complejo y delicado planeta, hasta que en la era industrial, con la combustión acelerada de los fósiles, la hemos incrementado hasta las 380 partes por millón actuales. Si aumentamos el CO2 en la atmósfera mediante la quema de combustibles fósiles y nos dedicamos a desforestar el planeta estamos generando un doble efecto que deviene en ese espectacular aumento de la concentración del CO2. Y seguirá aumentando dramáticamente si no hacemos nada. Pero ¿qué importancia tiene? ¿A quién le molesta un poco más de CO2, un gas incoloro, inodoro, insípido y aparentemente inocuo sino beneficioso para las plantas?
La tierra recibe la energía del sol en forma de radiaciones, sobre todo ultravioletas, que pasan a través de la atmósfera -que se encarga de filtrar las frecuencias perjudiciales y dejar pasar las que menos daño nos pueden hacer-. Esa radiación es en parte rebotada, sobre todo, por los casquetes polares, blancos como espejos, y en otra parte absorbida por la tierra que se calienta. La tierra al calentarse emite también radiación, pero en una banda menos alta, sobre todo infrarroja, que la atmósfera también filtra, no dejando que toda se vaya. Es como si la atmósfera fuera una sábana con la que nos abrigamos para no perder mucha energía infrarroja y que filtra el sol dejando pasar el calorcito de la ultravioleta sin que nos quememos. Una maravilla. Pues bien los gases responsables de que el calor de los infrarrojos no se escape totalmente son el CO2, el vapor de agua, el metano y los gases nitrosos. Son los llamados gases de efecto invernadero. Al incrementar el CO2, el metano y los gases nitrosos en la atmósfera la radiación infrarroja de la tierra no escapa de igual modo y se produce un calentamiento global cuyo origen se debe exclusivamente al impacto de la actividad humana. Es el efecto invernadero.
En otras épocas ha habido también variaciones de la temperatura media del planeta. No tan bruscas desde luego. Como consecuencia de los sutiles y lentos movimientos de precesión y nutación, la inclinación del eje de giro de la tierra respecto al plano de la eclíptica -la trayectoria elíptica de la tierra en torno al sol- no es siempre igual y eso influye en la cantidad de radiación que las grandes masas de hielo de los polos rebotan hacia la atmósfera, lo que ha provocado las épocas de mayor o menor avance de las glaciaciones a lo largo de miles de años. Pero esta vez la causa del cambio es otra: es nuestra desaforada manera de consumir combustibles fósiles; y el efecto es el calentamiento global a corto plazo; y el impacto puede ser tremendo. Todo parece indicar que va a ser así a menos que tomemos seriamente medidas para corregirlo.
Arrojamos cada año 36.000 millones de toneladas de CO2. De esas unos 17.000 millones de toneladas van a parar a la atmósfera y el resto es absorbido por los océanos combinándose con el agua para formar ácido carbónico CO3H2. La acidificación de los océanos es un hecho y está matando las colonias de corales en todo el mundo. Además el fenómeno del calentamiento se retroalimenta. El efecto invernadero del CO2, los vapores nitrosos y el metano provoca calentamiento y el calentamiento aumenta el vapor de agua en la atmósfera que aumenta el efecto invernadero. El calentamiento origina el deshielo de las masas polares por el calentamiento global lo que hace que se refleje menos energía por los espejos polares hacia el espacio con lo que aumenta el calentamiento. El calentamiento del mar hace que se reduzca la capacidad de fijar CO2 del mismo. A medida que el mar se calienta va desprendiendo CO2. A más calentamiento menos capacidad de absorción de CO2 en el mar, más efecto invernadero y más calentamiento global.
El cambio climático es un hecho y se debe al efecto de la actividad humana sobre el medio natural. Las consecuencias son ya graves. Aumento de la temperatura, aumento de las catástrofes naturales ligadas al clima, aumento del nivel del mar, desertificación, etc. Las previsiones sobre lo que pueden ser las consecuencias a corto plazo son tremendas. No es seguro, no hay precedentes, pero algunas predicciones resultan apocalípticas. Hasta los más optimistas saben que el tema es muy grave. Como siempre los más afectados son los más pobres entre los pobres. ¿Seguimos dejando que los profetas de que aquí no pasa nada –siempre al servicio de intereses turbios a corto plazo- nos embauquen o empezamos a concienciarnos de que nos estamos jugando la vida sobre el planeta tal y como la concebimos? ¿Va a arreglar esto la mano invisible de Adam Smith, tan sempiternamente evocada por los llamados neoliberales?
No os creáis nada de lo que os cuenten. Esto tampoco. Sometedlo a vuestro buen juicio. Pero informaos de todo cuanto os afecta y sacad vuestras conclusiones. Leed qué dicen y quién lo dice, así no podrán engañaros.
Atajar el cambio climático es posible aún. Sólo hace falta que se tomen las medidas necesarias a nivel global. Las hay. Se trata de detener la deforestación e imponer sistemas de consumo de energía más eficientes. Además se puede capturar parte del exceso de CO2 en la atmósfera. Hay prometedoras técnicas para ello. Pero de momento los líderes del mundo no acaban de tomar el toro por los cuernos y se dedican, cuando se reúnen, a cenar con 19 platos en el menú. Esto último parece demagogia pero no lo es, amigos. Los líderes del G-8 son unos indecentes horteras indignos de ocupar las poltronas en las que se arrellanan. ¡Qué se apliquen a trabajar de una santa vez!
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