El blog de Gustavo Mata

Estrategia: Las reglas del juego en los negocios

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LAS TRAMPAS AL TALENTO

Publicado en Executive Excellence

¿Por qué muchas organizaciones se comprtan de una forma tan estúpida, cuando están integradas por personas con talento?

La primera trampa: la estructura

Si a un directivo se le entrega un papel en blanco, un lápiz y una goma de borrar, sin ninguna indicación acerca de qué tiene que hacer, ¿qué es lo que probablemente se pondrá a hacer? Cuando hago esta pregunta, en mis clases o presentaciones, la respuesta más reiterada es: ¡un organigrama! Está claro, no hay nada que divierta más a los jefes que hacer estos esquemas de las estructuras organizativas que llamamos organigramas. Un directivo amigo hacía un nuevo organigrama, aproximadamente, cada seis meses y lo colgaba en su intranet; afortunadamente, sus subordinados no hacían caso alguno de los cambios y seguían haciendo lo mismo que hacían antes: ¡menos mal!

Cuando hacemos organigramas encerramos a los diferentes especialistas en diferentes cajitas y nos olvidamos de algo obvio pero muy importante: todas las cajitas tienen cuatro paredes, un suelo y un techo; y éstas aíslan dramáticamente a unos grupos de otros. La estructuración genera, inevitablemente, fragmentación e incomunicación.

En los organigramas se definen muy bien las dependencias jerárquicas entre las cajitas -eso siempre queda muy claro a través de líneas verticales de trazo lleno-. Algunas veces -pocas- estos diseñadores de organigramas colocan unas líneas -aunque éstas son siempre más finas y discontinuas: líneas de puntos- para indicar que debe haber coordinación entre algunas de las cajitas. Yo mantengo que esas líneas de coordinación deberían ser las más gruesas y, por supuesto, no de puntos, sino llenas y bien gruesas. Cuando estructuramos, repartimos, fundamentalmente, el poder y, frecuentemente, nos olvidamos de prever los mecanismos de coordinación. Si no hay coordinación ni comunicación entre las partes de una estructura ¿para qué sirve que dentro de las cajitas haya mucho talento?; si mi mano no estuviera conectada a través de las conexiones nerviosas con mi cerebro, ¿cuándo me enteraría de que me estoy quemando, si la pongo sobre una superficie caliente?, ¿tal vez cuando empezara a oler a carne quemada?

La descoordinación y la incomunicación que genera la estructuración es una trampa en la que se queda atrapado el talento que hay en las organizaciones. Entonces, ¿debemos renunciar a estructurarnos?:¡no!, por supuesto. Debemos saber que una buena estructuración incluye el diseño no sólo de las dependencias jerárquicas sino la definición de los mecanismos de coordinación. Para H. Mintzberg los mecanismos elementales de coordinación son cinco: la adaptación mutua, la supervisión directa, la estandarización de procedimientos, la normalización de habilidades y la normalización de los resultados de cada tarea. La coordinación no sólo depende de la supervisión directa por parte de un único responsable entre las unidades que deben estar coordinadas -la dependencia jerárquica- ; también la natural adaptación mutua entre personas inteligentes, la normalización de las habilidades de esas personas -el oficio común- y de sus comportamientos -la cultura que comparten- así como la estandarización del resultado que se espera de cada función -el diseño de los procesos- deben ser incluidos en el diseño de la estructura. El primer mecanismo de coordinación, el más natural, es la mutua adaptación; las personas resuelven por sí mismas muchos problemas de coordinación. Pero en cuanto aparecen entre ellos los primeros conflictos de interés suelen necesitar un poder arbitral superior que resuelva lo que no son capaces de resolver solos; se trata del segundo mecanismo de coordinación: la supervisión mutua; el jefe común resuelve los conflictos marcando los límites. Pero cuando las organizaciones van creciendo y haciéndose más complejas, los dos primeros mecanismos son insuficientes, se hace necesario acudir a la normalización de comportamientos, de resultados y de habilidades, como formas superiores de coordinación; si las personas tienen las mismas pautas de comportamiento, están educadas en los mismos principios, les resulta más fácil entenderse; si cada uno tiene muy bien definido que resultado concreto se espera de su trabajo, tampoco es fácil que se creen conflictos; y si las habilidades de cada uno, su oficio, están homologadas, cada quién responde de su parte con profesionalidad. Para asegurar la estandarización y normalización de comportamientos, de resultados y de habilidades se desarrolla en las organizaciones lo que Mintzberg llama la tecnoestructura: equipos que mediante emisión de normas y procedimientos y mediante mecanismos de control aseguran la coordinación. Cuando la tecnoestructura se desarrolla, la línea jerárquica, los mandos, van cediendo parte de su poder a estos burócratas.

La segunda trampa: la ambición mal canalizada de los directivos

Decíamos que la estructuración supone reparto de poder entre los colaboradores. Esto supone competencia interna por conservar o acrecentar áreas de poder por parte de los ejecutivos, que redunda en incomunicación de los departamentos.

Todos los directivos son ambiciosos; y, si no lo fueran, ¿podrían ser buenos directivos?: yo pienso que no. La ambición de los directivos suele generar luchas internas por áreas de poder que crean serias barreras verticales a la comunicación entre las diferentes áreas. Muchas veces los subordinados son advertidos por su jefe de que cada vez que haya un problema con tal o cual área de la empresa no hagan nada, sólo informarle a él; que, ¡ni se les ocurra!, mover ni un dedo, tomar ninguna iniciativa. ¿Qué está haciendo ese jefe?: almacenar misiles nucleares, en forma de problemas irresueltos; ya sabemos que los misiles nucleares -¡gracias a Dios!- se emplean para enseñarlos y amedrentar al enemigo más que para arrojarlos sobre él, pero, en las organizaciones, esos problemas enquistados, listos para ser arrojados sobre la parte contraria en cualquier momento, son una tremenda trampa para que el talento fluya: nos hemos gastado un platal en contratar gente estupenda a la que luego no dejamos actuar inteligentemente; es más, se lo prohibimos expresamente. ¿Cómo arreglar esto?; ¿reprimiendo la ambición de los directivos?: ¡no!, simplemente haciendo que las ambiciones de todos, sus objetivos personales, se colmen cuando los objetivos de la compañía se consigan. Si alguno de ellos tiene objetivos incompatibles con los del resto o con los del conjunto, está claro: se debe prescindir de él. No nos engañemos: ¡es así de simple!

La tercera trampa: las actitudes reactivas

¿Cuántas personas se atreven a contratar personas más inteligentes, más valiosos, mejor preparadas que ellos mismos? Si el trabajo de cualquier directivo a cualquier nivel, no sólo del Director General, es hacer que otros hagan ¿no sería mejor que los colaboradores fueran brillantes?

¿A cuántas personas les gusta oír opiniones discrepantes? Una opinión diferente a la nuestra tiene un enorme valor y es difícil encontrar personas que las aprecien. Además: ¡las opiniones propias las solemos conocer a fondo! ¿qué interés tiene oír a alguien que las repite?

¿A cuantos jefes les gusta que su gente tenga iniciativa? ¿Cuántos propician que se tomen riesgos, que se innove? Si queremos organizaciones inteligentes, debemos propiciar la comunicación abierta, promover la crítica constructiva, aprender a valorar de forma positiva cualquier punto de vista diferente, enseñar a asumir riesgos y ser innovadores. Debemos propiciar las actitudes pro activas y anticipativas no las reactivas.

El desbloqueo de las trampas no es suficiente

Imaginemos que tenemos una estructura perfectamente diseñada, sin trampas al talento: ¡la estructura idónea!; en el mejor de los casos la organización estará preparada para acometer los problemas previsibles; pero -en eso el consenso es universal- todas las estructuras han de abordar cada día un porcentaje importante, -más del 50 %- de problemas absolutamente imprevisibles, para los que, evidentemente, no pueden haber sido diseñadas.

Que una organización esté bien estructurada no garantiza el buen funcionamiento de la misma. ¿Qué es lo que hace que las estructuras se puedan adaptar a los problemas no previstos?: las estructuras informales, al margen de la estructura oficial, que hay en las organizaciones, son las que permiten que éstas se adapten. Estas redes informales -redes de información, redes de consejo y redes de confianza- convierten a las organizaciones en estructuras flexibles y adaptables, capaces de acometer con éxito problemas imprevistos. Las personas clave para que la organización informal funcione son las que Mc.Clelland llama las “estrellas de la organización”; ellos son los nodos de esas redes informales, los que las integran y hacen posible su funcionamiento.

Las organizaciones necesitan que un número determinado de personas, de entre sus miembros, sean capaces de crear y mantener esas redes que luego son capaces de aflorar el conocimiento que se halla repartido y disperso por toda la organización. Pero, ¿qué tienen esas personas que les hace ser las estrellas de la organización?, ¿qué habilidades les permiten ser los nodos alrededor de los que se construyen las redes informales?: son personas, como diría Mc. Clelland “no tanto inteligentes como competentes”; o como señala Goleman, divulgador de las ideas de su maestro Mc. Clelland, son personas “emocionalmente inteligentes”. La inteligencia de las personas no asegura su competencia. Para ser competente se necesita, además de inteligencia, una especial fortaleza en cinco factores: conocimiento de sí mismo, autocontrol, automotivación, empatía y habilidades de relación social. Las personas que saben entender sus propias emociones, que conocen sus puntos fuertes y débiles, que tienen confianza en sus fuerzas y seguridad en sí mismos; los que saben controlar sus emociones y son íntegros, fiables, adaptables e innovadores; los que tienen ganas, afán de logro, capacidad para el compromiso y talante optimista; los que saben manejar la dinámica de los grupos; los capaces de ponerse en el lugar del otro y entender sus emociones; los que tienen impacto, influencia en los otros, capacidad de liderazgo para buscar sinergias, para promover y para conducir el cambio: esos son los competentes. Este tipo de personas son imprescindibles para asegurar la flexibilidad de las organizaciones. No es que todas las personas en la estructura deban ser así, sino que si no hay un número suficiente de personas así, las organizaciones, aunque estén bien estructuradas y no tengan trampas al talento, no funcionan adecuadamente, pues resultan rígidas y poco flexibles.

Gustavo Mata Fernández-Balbuena

CÓMO LOGRAR EQUIPOS DE TRABAJO EFICIENTES

Publicado en EXECUTIVE EXCELLENCE el 01/07/2006

ALGUNOS CONSEJOS PARA LOS JEFES

Las recomendaciones para los jefes son sencillas, pero, pese a su sencillez, sólo están al alcance de los buenos jefes; son simples pero difíciles de seguir pues requieren renunciar a algunas de las más usadas formas de manipulación sobre los subordinados.

La primera regla para los jefes, es: “ocúpese de asegurar que cada miembro del equipo sepa exactamente qué tiene que hacer e infórmele de cómo se va a medir su rendimiento”.

Parece una tontería recordar esto, pero es muy poco frecuente que esté tan claro como debiera. Aunque, hay que tomar en cuenta que cuando la gente sabe qué tiene que hacer y cómo se va a medir su rendimiento el jefe acaba de renunciar a una parte importante de su capacidad de manipular: en ese contexto, con las reglas de juego definidas, si alguien tiene un buen rendimiento, si cumple bien su función, el jefe ya no se puede meter con él sin motivo; no queda más remedio que aceptarle tal y como es, aunque no resulte simpático o complaciente. Cada miembro de la organización debe saber qué debe hacer, cuál es su función, cuál es el resultado de su trabajo y cuál es la variable que se le va a controlar.

La segunda regla es: “haga que cada persona del equipo conozca el impacto que su tarea tiene en la tarea colectiva”.

También como consejo resulta obvio, pero es también poco frecuente -incluso menos que en el caso anterior- que este segundo aspecto esté claro. Aunque, desde luego, cuando la gente conoce el impacto de lo que hace en el resultado global del grupo aumenta significativamente la probabilidad de que pregunte: “y de lo mío ¿qué hay?” Sin duda es más fácil y más cómodo que no lo sepan: así hay que dar menos explicaciones; aunque la eficacia del equipo se resienta gravemente. El Jefe debe asegurarse de que cada uno sepa, exactamente, cómo su trabajo influye en el resultado del trabajo de todo el equipo.

La tercera regla es: “ponga el énfasis del control sobre el equipo en el control del resultado que debe conseguir cada miembro del equipo y el equipo en su conjunto, más que en el control de la ejecución en sí misma”.

No es verdad que a la gente no le guste ser controlada, lo que no les gusta es que le controlen la ejecución de sus tareas -a mí confieso que no me agrada lo más mínimo que me controlen así y estoy seguro de que a usted, lector, tampoco-. Sin embargo a todos nos gusta que controlen nuestros resultados, que midan si alcanzamos nuestros objetivos; es muy estimulante para cualquiera recibir el feedback sobre el resultado alcanzado con su esfuerzo. Los jefes que orientan el control al control de la ejecución de las tareas pierden la perspectiva que debe tener el jefe, se inmiscuyen en hacer el trabajo de sus subordinados y así dejan de afrontar su responsabilidad: la de conducir al equipo; aunque tal vez sea más cómodo orientarse a esas tareas de control cercano que asumir el vértigo de dirigir de verdad al equipo. El jefe ha de asegurarse de que cada miembro sabe hacer las tareas encomendadas pero no debe controlar constantemente la ejecución de las mismas sino el resultado que se pretende con ellas, en cada caso.

También es muy recomendable, si se quiere incrementar la eficacia de los colaboradores, practicar una cuarta regla: “trate a todo el mundo como desearía ser tratado usted en la misma circunstancia”.

Es mucho más fácil parapetarse en un trato distante -así suelen actuar los mediocres- que atreverse a relacionarse de igual a igual. Tratar a la gente de forma considerada y afectuosa no va en contra de la eficacia. El poder lo otorga el cargo, pero para dirigir hay que tener autoridad sobre el equipo y esa la otorga el propio equipo.

Cuando en un equipo cada miembro sabe exactamente lo que tiene que hacer y cómo se va a medir su rendimiento, cuando cada uno conoce cuál es el impacto de lo que hace en la tarea colectiva, cuando el control se orienta a los resultados y cuando a la gente se la trata consideradamente, se produce un estado de fluencia en el grupo que lo convierte, automáticamente, en un equipo de alta eficacia. ¡No es tan complicado!

ALGUNOS CONSEJOS PARA LOS SUBORDINADOS

También para los miembros del equipo las recomendaciones para mejorar el rendimiento son muy simples, aunque tampoco son fáciles de llevar a la práctica: requieren compromiso.

La regla primera es: “ocúpese de lo que depende de usted y deje de preocuparse de lo que no depende de usted”.

Algo parecido decía Santa Teresa a sus monjas: si no te puedes ocupar, ¿por qué te preocupas?, y si te puedes ocupar, ¿por qué te preocupas? Nos pasamos la vida pensando acerca de cómo desempeñaríamos el trabajo de los otros -especialmente el de nuestro jefe- y desechamos cada día la oportunidad de hacer mejor lo que, nos consta, hacemos de forma deficiente. No nos damos cuenta de que la forma más eficaz de cambiar el comportamiento de jefes e iguales consiste en darles buen ejemplo; sí, ¡hablo de dar buen ejemplo a los iguales y a los jefes! Créanme, las buenas actitudes son más contagiosas en sentido horizontal y ascendente que en sentido descendente.

La segunda regla es: “si usted acepta a sus compañeros como son, ellos le aceptarán a usted como es”

La diversidad es clave. Si todos en el equipo fuéramos iguales -incluso en el caso de que los demás fueran iguales a cada uno de nosotros- la eficacia del grupo se resentiría seriamente. Un equipo sólo puede ser tan talentoso como la suma de los talentos de sus componentes: si todos tuvieran exactamente las mismas habilidades el pertenecer al equipo no sumaría nada de talento.

La tercera regla es: “trabaje como si no tuviera jefe”

La máxima eficacia en el desempeño la alcanzan las personas cuando se sienten responsables de lo que hacen. Muchas veces, las más, saber que hay alguien por encima de nosotros que asume la responsabilidad no nos ayuda en nada a ser eficaces.

La cuarta regla es: “tenga siempre presente que su jefe es el mejor jefe que tiene”.

El efecto que tiene pensar así sobre el jefe es muy beneficioso para el jefe, pero es inconmensurablemente más importante el efecto que tiene sobre uno mismo. Si, por alguna causa a usted no le fuera posible pensar así, porque su jefe es insufrible, intente cambiar de jefe: cambie de empresa; aunque déjeme decirle que lo más probable es que después de cambiar se encuentre usted con el mismo problema con el nuevo jefe; puede que tal vez entonces descubra que el problema con sus jefes puede derivarse de su actitud, la de usted, y no de la suya, la de sus jefes. En cualquier caso, lo que está claro es que a usted le conviene pensar así y ocuparse de la parte de la relación entre ambos que le incumbe: lo que está en su mano resolver; de lo otro es mejor que deje que se ocupe él; seguro que le acaba agradeciendo que eso se lo delegue.

Gustavo Mata Fernández-Balbuena

EL MEJOR JEFE QUE HE TENIDO

Publicado en Executive Excellence

Mi mejor jefe aguantaba muy bien la presión, incluso creo que trabajaba mejor con presión que sin ella; como dicen ahora: le iba la marcha. Él confiaba ciegamente en sí mismo y se mantenía siempre sereno ante las dificultades. Cuanto peores eran las circunstancias, más tranquilo estaba. Sabía ser frío.

Estaba totalmente orientado al resultado, era muy competitivo; la verdad es que lo que más le motivaba eran los retos. Tenía una atracción fatal por lo nuevo, por lo que se estaba formando; vivía hacia el futuro y estaba siempre abierto a atacar nuevas metas; era como si el pasado, para él, no existiera.

Sabía bien lo que es ser eficiente y a mí me enseñó lo que era; “ya sé que no tienes tiempo de hacerlo bien, pero, piensa: ¿cuanto tiempo necesitas para hacerlo?”. También me enseñó a ser responsable; decía: “¿sabes qué es ser responsable?: asumir las consecuencias de lo que haces”. Él, desde luego, lo era. Aprendí también de él a fijarme objetivos; repetía a menudo: “nunca nadie consiguió nada sin proponérselo; a veces algunas personas que se lo proponen no llegan, pero, la verdad, eso no importa tanto como intentarlo”.

No le gustaba oír que era muy trabajador, pero lo era; tenía una gran capacidad de trabajo y una enorme capacidad de concentración en su tarea. Puede que su característica más notable fuera la persistencia; no se desanimaba nunca frente a los contratiempos o reveses: “inténtalo de nuevo, no se suele lograr algo extraordinario a la primera; la mayor parte de la gente que triunfa lo hace después de fracasar por lo menos una vez”, me solía decir.

Terriblemente auto crítico; tanto que entre los más cercanos era común oír: “es imposible oír a nadie hablar tan mal de sí mismo”. Muy inteligente e ingenioso; muy curioso; casi todo llamaba su atención; decía: “así es como aprenden los niños: gracias a su curiosidad”. Él daba constantemente muestras de su tremenda e insaciable curiosidad.

Era muy creativo; siempre encontraba una forma nueva de hacer las cosas. Otra frase suya: “sé que con buenos medios se consiguen buenos resultados, pero los ingeniosos deben saber cómo conseguirlos sin ellos”. Eso era ser creativo, según su visión. Siempre prestaba mucha atención a los detalles; decía que “la diferencia suele estar en los detalles”.

Sabía ser un gran motivador y también cómo auto motivarse. Reconocía que la motivación de todo el equipo era algo que dependía de él, y se dedicaba cada día a mantener la ilusión de todos; pero él no necesitaba que nadie le motivara; me recordaba a Óbelix: era como si él se hubiera caído de niño en la marmita de la poción mágica de la motivación y ya no necesitara más dosis.

Tenía un gran sentido del humor: “sólo los incompetentes están tristes y con cara de preocupación”, decía, y también tenía sentido de la propiedad: “créete que el negocio es tuyo, tanto si lo es como si no; no hay otra forma de triunfar”.

Exigía a todo su equipo lealtad extrema; aprendí con él que la lealtad no es sustituible por nada: “con gente leal se puede abordar cualquier cosa, sin eso no se puede intentar nada”, decía. Me enseñó a no tener miedo: “sólo descubres las alturas si tienes el coraje de volar” o “la vida sólo se puede vivir de forma que merezca la pena hacerlo si no se le tiene miedo”, repetía de vez en cuando.

Todo lo hacía el equipo, o al menos eso nos hacía creer; él nos tenía siempre al tanto de la situación, de lo fundamental del trabajo: “si no entiendes para qué estás, finalmente, trabajando, es difícil que lo hagas bien”. Era integro y muy respetuoso con todos; su frase al respecto era: “trata a la gente como te gustaría ser tratado”. Pero eso no incluía ser blando. No dejaba pasar una. Además tenía mal genio, pero lo controlaba bien; era como si se enfadara con todo bajo su control; nunca se pasaba.

Quería estar al tanto de todo; decía: “no necesito que me deis las buenas noticias, esas me llegan solas, pero si algo no va bien tengo que ser el primero en enterarme”. Pero no era maniqueo: no le gustaban las clasificaciones de buenos y malos; él sólo pensaba en sacar el máximo partido de los recursos que tenía, en vez de pensar en lo buenos o malos que eran. Otra de sus frases: “si buscas culpas encontrarás culpables, pero si buscas causas tal vez encuentres soluciones”.

Tenía obsesión por la ética. Decía: “definir qué es ético es mucho más fácil que comportarse éticamente”, pero él era éticamente irreprochable; “tal vez un comportamiento poco ético te dé ventaja un rato, pero a medio y largo plazo es catastrófico, además eso no importa: la ética está por encima de la utilidad de ser ético”.

Se anticipaba: procuraba que las cosas ocurrieran, no esperaba a que ocurrieran; era muy pro activo. Sólo los que estábamos muy cerca nos dábamos cuenta de que le daba mil vueltas a las cosas antes de actuar; casi todo el mundo pensaba que improvisaba las soluciones, como si un ángel, en sueños, le dictara instrucciones para actuar; pero no era así, en absoluto: “antes de actuar, piénsalo otra vez”; “no hay problema que no tenga solución; aunque casi nunca se encuentra la solución fácilmente”; “cree en tu capacidad: si quieres que el futuro sea lo que sueñas, ¡atrévete a soñarlo!”; “sueña y verás como tus sueños se hacen realidad”.

Podría seguir añadiendo detalles, pero creo que ya me habréis entendido. Para terminar, una pequeña reflexión; ¿qué es lo que hace a los jefes excelentes?: el trabajo de los jefes consiste no en hacer sino en que otros hagan. Se trata de conseguir resultados a base del trabajo de los otros. Un grupo puede llegar a tener la suma del talento que tengan sus miembros, no más. ¿Cuál es la razón por la cual unos jefes sacan tanto partido de sus grupos y otros tan poco?: muy sencilla; los malos jefes no dejan que el talento de su gente aflore, lo agostan, impiden literalmente que se ponga en juego; los buenos jefes saben sacar todo el talento de su gente, no le ponen ni frenos ni trabas, hacen que sus colaboradores crean en sí mismos y promueven que la gente a su cargo exhiba todas sus capacidades. Creo que, por encima de todo, los Jefes excelentes son aquellos que son capaces de enseñar a sus subordinados a ser Jefes excelentes: el mejor Jefe que hemos tenido todos es, probablemente, el que más y mejor nos enseñó a ser Jefes.

Gustavo Mata

A vueltas con la inmigración

Publicado en Cinco Días (01-06-2006)

La inmigración ha pasado a ser el segundo problema en importancia para los españoles. El autor analiza el origen de este proceso imparable, que tiene como causa última, en su opinión, que el desequilibrio entre ricos y pobres en el planeta es cada vez mayor

Hasta hace muy poco había más españoles en el exterior que extranjeros en España. Hoy la inmigración ha llegado a ser nuestra segunda preocupación -tras el paro-, pese a que el porcentaje de población extranjera aquí es muy inferior al de Francia, Alemania, Inglaterra, Bélgica, etcétera. Y esto no ha hecho más que empezar: en 2050 un 25% de la población en nuestro país será extranjera.

Hace poco las pateras cruzaban el Estrecho. Conseguimos la cooperación de Marruecos y se controló mejor la salida. Entonces los desesperados se concentraron en las zonas fronterizas de nuestras dos ciudades en el norte de África. Construimos una barrera infranqueable. Ahora, mejor sellada la posible entrada, dispersados ejemplarmente en el desierto algunos centenares de personas con absoluto desprecio a sus derechos más elementales, el dramático flujo se ha trasladado al sur.

Mientras vemos desde nuestra propia casa todo esto, se están produciendo otros flujos invisibles mucho mayores. Entran por carretera o a través de los aeropuertos. Vienen desde los países comunitarios con los que tenemos un acuerdo de libre circulación de personas, o desde otros países, singularmente latinoamericanos, desde los que cualquiera puede viajar a España sin necesidad de visado, como turista, aunque muchos vengan a buscar empleo y a quedarse.

La causa última de la inmigración es la profunda desigualdad de renta entre las diferentes áreas geográficas del mundo. Aunque el nivel de riqueza de los habitantes del planeta haya aumentado, el desequilibrio entre ricos y pobres es cada vez mayor. Los ingresos del 20% más rico han pasado de ser 30 veces superiores a los del 20% más pobre, a ser 82 veces superiores. El 15% de la población mundial acumula el 53% de la renta; la renta per cápita de ésta es más de siete veces la renta de la media de los países menos desarrollados. Además en estos países se suele dar una insultante desigualdad en el reparto de la riqueza -es casi un sarcasmo llamarla así- lo que agrava el contraste.

En el sur de nuestro país está la frontera con mayor desequilibrio de renta del mundo; más que en la frontera entre México y EE UU, en donde hay otro flujo humano imparable.

La desigualdad es difícilmente superable -y menos a corto plazo-. Imaginemos que los habitantes de los países desarrollados fuéramos ángeles y que quisiéramos facilitar que los demás alcanzaran nuestro nivel de vida. Pues bien, no lo podríamos hacer: no hay recursos para que los más de 6.000 millones de seres humanos vivan al estilo de las sociedades avanzadas en las que vivimos apenas 1.000 millones. Y en 2050 dicen las previsiones que seremos 9.000 millones: ¡un 50% más! Incluso aunque los que gozamos de un alto nivel de vida aceptáramos bajarlo sustancialmente y asumiéramos que todos viviéramos en lo que a nosotros nos parecen mínimos aceptables, las consecuencias de la incorporación de los pobres a un estilo de vida como el nuestro agotaría, mucho más deprisa que ahora, muchos recursos clave y aceleraría los procesos de deterioro irreversible del medio ambiente que nos acompañan ya desde hace decenios.

Sí, es cierto, tenemos un problema grave, pero es un problema del que la inmigración es sólo un reflejo. El problema es la pobreza escandalosa de una gran parte de la población mundial: 800 millones de personas padecen desnutrición crónica: ¡tienen hambre! El problema es un modelo de crecimiento insostenible que origina un deterioro irreversible del medio ambiente. El problema es la tibieza de los responsables políticos de los países desarrollados a la hora de abordar soluciones; y también la intolerable corrupción -consentida y alentada en muchos casos desde el mundo desarrollado- de los responsables políticos de muchos de los países pobres que se embolsan las ayudas al desarrollo. El problema es un comercio internacional con reglas asimétricas e injustas. Etcétera.

Mientras tanto, nuestro Gobierno -que cambió el título del Ministerio de Asuntos Exteriores por Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación aunque aún tiene pendiente la reforma de la AECI- pretende pasar en esta legislatura nuestra ayuda al desarrollo del 0,25% del PIB inicial al 0,50% -ahora es del 0,35%-, para llegar al mítico 0,7%, dicen, en 2012. Vamos despacio; se ve que, en cada campaña, anunciar que se sube el porcentaje da votos. De otra parte, la oposición se entretiene en correlacionar demagógicamente delincuencia con inmigración, buscando también votos en el limbo electoral en el que deben pensar que se encuentran los xenófobos.

La inmigración -¡no hay quien la pare!- hay que entenderla, canalizarla y asimilarla -a eso deberían contribuir los que crean opinión-, pero es sólo un síntoma del problema de la pobreza en el mundo; erradicarla es el reto del siglo XXI. Más vale que nos pongamos todos a la tarea, ¡cuanto antes!

MODALIDADES DE CRECIMIENTO DE LA EMPRESA SEGÚN EL ENTORNO GENÉRICO DEL SECTOR

Artículo publicado en el Nº 839, Noviembre-Diciembre 2007, de la Revista de Economía ICE. (PDF, 533 kB)

El entorno genérico en el que se desenvuelva la actividad de la empresa va a condicionar la estrategia de crecimiento y en consecuencia la posible estrategia de internacionalización. Identificar el entorno genérico es clave para diseñar una estrategia de internacionalización coherente. En el artículo se presenta una herramienta original para clasificar los entornos genéricos, que es una evolución de la de The Boston Consulting Group, para discutir a continuación las opciones de crecimiento e internacionalización más adecuadas en cada tipo de entorno.

Modalidades de crecimiento de la empresa según el entorno genérico del sector (PDF, 533 kB)

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