Mi familia ha estado ligada a Ardoncino durante más de ciento cincuenta años. Describo a continuación con detalle, que seguro a muchos les parecerá excesivo, a las personas de la familia que recuerdo relacionadas con Ardoncino, sólo con el ánimo de dejar constancia, y por el deseo explícito de las personas de allí, que tan amablemente nos acogieron el Domingo 22 de Agosto pasado.
D. GABRIEL BALBUENA FERRERAS
El primero, de mis familiares, según mis datos, en relacionarse con Ardoncino fue D. Gabriel Balbuena Ferreras (1796-1880), quien adquirió varias fincas en el lugar y una casa del siglo XVII: “La casa de abajo”. D. Gabriel, Notario, Escribano de Rentas en León, fue Congresista por elección popular en casi todas las legislaturas del reinado de Isabel II -1837, 1840, 1843, 1844, 1846, 1853, 1857 y en las Cortes Constituyentes de 1868 que tras la llamada Gloriosa Revolución aprobaron la Constitución de 1869- y fue Senador por León -también por elección popular, tras la Restauración de la Monarquía, en las Cortes Constituyentes Bicamerales que elaboraron la Constitución de 1876-.
D. Gabriel casó en primeras nupcias con Regina López de Arintero, descendiente de la estirpe de la famosa Dama de Arintero -heroína en la Guerra entre Isabel de Castilla y Juana la Beltraneja, en la que participó haciéndose pasar por hombre, al no tener sus padres ningún hijo varón, distinguiéndose singularmente por su valor-. Reza una leyenda en un escudo (cito de memoria):
«Si queréis saber quién es
ese valiente guerrero,
quitadle la celada y ved
a la Dama de Arintero»
Hay un retrato de la Dama en el Museo de la Guerra.
Tuvieron D. Gabriel y Dña. Regina varios hijos: Melquiades, Séptimo Julio, Raimunda Juvenal, Indalecia, Concepción, Cayo, Francisca, Emigdia Gregoria, y Licinia. D. Gabriel enviudó y casó de nuevo con Dña. Francisca Quijada Gómez de Quiñones, Marquesa de Inicio y Condesa de Rebolledo, de la que enviudó sin tener más descendencia.
D. Gabriel fue todo un personaje de su época, otro día escribiré sobre él con más detalle. Campeón del moderantismo liberal en León, junto con el Marqués de Montevirgen y el Marqués de San Isidro, funda en 1860, con otros moderados y unionistas, el periódico “El eco de León”, que se mantiene durante ocho años y llega a tirar la friolera de 800 ejemplares diarios; ciertamente muchos para la época.
D. Gabriel está enterrado en el cementerio de Ardoncino.
D. CAYO BALBUENA LÓPEZ DE ARINTERO
D. Cayo Balbuena López de Arintero (1825-1909), hijo de D. Gabriel, es mi tatarabuelo por partida doble como explicaré después; fue Acalde de León, antes Concejal, y Teniente Alcalde, y también Senador electo por León, aunque no llegó a tomar posesión del cargo.
D. Cayo casó con Dña. Asunción Iriarte de los Cuetos, hija del que fue Teniente General Iriarte, héroe de la Guerra de la Independencia y de la Primera Guerra Carlista, condecorado, entre otras, con la más alta distinción al valor en tiempo de guerra: la Cruz Laureada de San Fernando, y proclamado en tres ocasiones benemérito de la patria por el Congreso por hechos de guerra; D. Fermín también fue Senador por elección popular, por Santander, en la legislatura de 1844.
La esposa de D. Fermín Iriarte fue Dña. Josefa de los Cuetos Riaño, de noble familia santanderina, descendiente directa del Infante D. Juan Manuel, gloria de nuestras primeras letras en castellano, nieto del Rey Fernando III el Santo, que fue un personaje más que notorio en su época. A través de esta señora, toda nuestra familia desciende pues directamente de los reyes de Castilla: Fernando III, Alfonso VII, Sancho II, Alfonso VI, Urraca I y Fernando I, el primer rey de Castilla; también la familia desciende directamente de los reyes de León: Alfonso V, Bermudo II, Ordoño III, Ramiro II y Ordoño II; y de los de Asturias: Alfonso III, Ordoño I, Ramiro I y Bermudo I.
D. Cayo merece otro artículo, su esposa y familia, como veis merece una enciclopedia entera, y de D. Fermín Iriarte ya he escrito antes en detalle.
D. Cayo y Dña. Asunción tuvieron varios hijos: Socorro (casada con D. Gustavo Fernández Rodríguez), Regina, Roberto (Bachiller en Artes, Médico, Oficial del Ejército, héroe de la Guerra Carlista declarado benemérito de la patria por méritos de guerra, destinado finalmente en León y gran aficionado a la caza, afición que practicaba en Ardoncino), Carmen (Condesa de Villahermosa del Pinar por su matrimonio con D. Gabriel Moyano, VII Conde de Villahermosa del Pinar), Consuelo (casada con D. Casimiro de Merás), Fermín (Bachiller en filosofía, Licenciado en Derecho y Oficial de Caballería, casado con Dña. Argentina López, quien falleció en acto de servicio al caerse con su caballo “Azufrero” y ser aplastado por él, que no tuvo descendencia), Antonino (fallecido a temprana edad), Guillermo (fallecido a temprana edad), Amparo (casada con D. Miguel Muñiz), Isaac (Médico Cirujano, casado con Dña. Francisca Alonso) e Indalecia (casada con un hermano de Dña. Francisca, la esposa de D. Isaac, D. José Alonso). Todos los hijos de D. Cayo estuvieron en Ardoncino, especialmente durante los veranos; pero especialmente ligados al lugar, además del referido D. Roberto, estuvieron Dña. Socorro, Dña. Indalecia y, más que ningún otro, D. Isaac.
DÑA. SOCORRO BALBUENA IRIARTE
Dña. Socorro Balbuena Irirate, como os decía, casó con D. Gustavo Fernández Rodríguez Bastos y Harizmendi, General de Ingenieros de la Armada, quien nació en Ribadavia el 24 de Agosto de 1841. Empezó a estudiar Ingeniería Superior de Minas, que abandonó para ingresar por oposición en la de Ingenieros de la Armada en 1866 con el grado de alférez de fragata. De 1868 a 1902, cuando ascendió a general de brigada, estuvo destinado en El Ferrol y Cartagena; fue profesor de Construcción Naval y Máquinas de Vapor de la Escuela Naval Flotante, así como jefe de estudios de la Escuela de Maestranza. En el Ministerio de Marina estuvo destinado en la sección segunda del Consejo Superior y en la secretaría del Centro Consultivo. Le fueron confiadas varias comisiones técnicas en España, Francia, Italia e Inglaterra. Siendo general de Brigada, desempeñó el cargo de Subinspector de Construcciones Navales(1906). Es el autor de: “Curso de máquinas marinas de vapor”, con cuatro ediciones y un informe favorable de la Real Academia de Ciencias; “Lecciones de construcción naval”; “Teoría y descripción del servomotor Tallerie, descripción de un aparato apropiado para facilitar el arrastre de buques», trabajo cuyos méritos pondera Eduardo Saavedra en un informe dirigido al Ministerio de Marina. Publica también en la Revista General de Marina, artículos: “Algunas observaciones acerca del combate naval de Tsushima” y “Alrededor del buque de combate” (1905) que fueron reproducidos en la Revista Marítima Italiana. Numerario de la Real Academia de Ciencias en 1906, en 1907 toma posesión y diserta sobre “El buque de combate”. Falleció en Madrid el 20 de Enero de 1929. Estaba en posesión de varias condecoraciones: Cruces al Mérito Militar, al Mérito Naval y Cruz y Placa de San Hermenegildo entre otras.
D. Gustavo y Dña. Socorro son dos de mis bisabuelos maternos, los padres de mi abuelo Gustavo. Tuvieron varios hijos: Concepción (fallecida a temprana edad), Carmen (Superiora de las Hermanas de la Caridad, Gran Cruz de Beneficiencia, Asunción, Consuelo (casada con el arquitecto D. Lorenzo Gallego), Félix (notable oftalmólogo), José, Manuel (Ingeniero de Minas, Director de Minas de Río Tinto y Director General de Cristalera Española casado con Dña. Emilia Fernau), Gustavo (Arquitecto, número uno de su promoción, casado con su prima Dña. Asunción Balbuena), Roberto (Arquitecto de la misma promoción que su hermano Gustavo, número dos de la promoción y notable pintor casado con Dña. Elvira Gascón), Silvio (casado con Dña. Carmen Martínez) y Socorro.
D. ISAAC BALBUENA IRIARTE
D. Isaac Balbuena Iriarte, hijo también de D. Cayo, hermano por tanto de Dña. Socorro, nació en León, el 8 de Marzo de 1869; con 22 años se licencia en Medicina y Cirugía en Santiago de Compostela; en 1898 es nombrado Médico Provisional de Sanidad Militar en el 2º batallón del Regimiento Burgos nº 36 de guarnición en León. Solicita un año después la licencia y ejerce como Médico en León. Obtiene en propiedad la plaza de Médico de Ardoncino, en donde además de atender y no cobrar a sus pacientes, se dedica a la caza, su afición favorita.
D. Isaac casó como decíamos con Dña. Francisca Alonso Pereira -son mis otros dos bisabuelos maternos- y tuvieron tres hijos: Asunción (mi abuela, casada como dijimos ya con su primo carnal D. Gustavo Fernández Balbuena, mi abuelo), Fernando (fallecido a los siete meses) y Cayo (fallecido a los siete años). Podéis comprobar que, al fallecer Cayito, D. Isaac fue el último en llevar en primer lugar el apellido Balbuena. Imaginaos con qué satisfacción acogió que su ya única hija Asunción y su sobrino Gustavo se casaran. Era una forma de perpetuar el apellido. Mis abuelos decidieron unirlos desde entonces; Fernández-Balbuena.
D. Isaac y Dña. Francisca no es que pasaran largas temporadas en Ardoncino, más bien simultaneaban dos residencias: una en la calle Ordoño II en León -el famoso chalet “Villa Asunción” que estaba al lado del cine Azul, – y la otra en “La casa de abajo” en Ardoncino. El chalet de León estaba en Ordoño II, 17, lindando con el pasaje y la llamada calle Burgo Nuevo, que se llamó antes Capitanes Ripoll y antes travesía de D. Cayo. D. Cayo, el padre de D. Isaac, que era conocido popularmente en León como D. Cayo “el de la levita”, era el propietario de la finca que desde Ordoño II llegaba hasta el río, lo que fue luego el Ensanche, y donde se ubicaba el citado chalet.
D. Isaac, lo mismo que su padre y su abuelo, también se dedicó a la política; se presentó a las elecciones de 1906 por La Vecilla, en la candidatura liberal, y en las de 1916 consigue ser Congresista por León, de nuevo por el distrito de La Vecilla, en las Cortes Generales.
D. Isaac falleció en Ardoncino en 1935. Está enterrado allí. Pero la memoria de D. Isaac está tan viva en Ardoncino que parece que va a aparecer por allí en cualquier momento montado en su caballo blanco, con su barba y su bigote y su característico sombrero. Todos allí lo recuerdan con un inmenso afecto.
Realmente se trataba de un señor singular que marcó a todos con su personalidad. Tenía D. Isaac un tremendo carácter, un inmenso corazón y un gran sentido del humor -todo ello ciertamente muy Balbuena-.
Cuando llegaba a Ardoncino encargaba a sus empleados que barrieran minuciosamente todos los caminos del pueblo, y eso que eran de puro barro, y atendía a todo el que le necesitaba -“era nuestro médico” dicen con orgullo aún hoy, los hijos y los nietos de los que atendió-. D. Isaac no era de gran estatura, sin embargo en la memoria de los lugareños es un hombre notablemente alto. Debe ser cosa de su estatura moral que ha eclipsado, a buen seguro, la estatura física.
Su automóvil fue el segundo en matricularse en León -LE-2-; se cuenta que cuando se le paraba el motor al auto, cosa frecuente en la época, si no arrancaba enseguida al tirar de manivela, se enfadaba muchísimo, tanto que en una ocasión, harto de que no se le pusiera en marcha, sacó un revolver de entre sus ropas y le pegó un tiro al motor; en fin… cosas de D. Isaac.
También es magnífica la anécdota del cura de San Andrés; parece que el señor cura tenía una fobia recalcitrante a las fiestas de Carnaval y que con frecuencia le daba la lata con el tema a D. Isaac -él fue también Presidente del Casino de León, en donde se celebraban bailes de máscaras en la época de Carnaval-, tratando de influirle para que los suprimiera-. D. Isaac, liberal donde los hubiera, trataba de convencer al cura de lo inocuo de los bailes de máscaras y de lo conveniente del rito carnavalero, tan catárquico y liberador, tan conveniente al fin y al cabo para la salud mental de la gente, pero el cura insistía; tanto insistía el clérigo que D. Isaac, perspicaz y pillo como era y buen conocedor de la naturaleza humana, detectó que la santa fobia del clérigo venía mezclada con una curiosidad no tan santa, aunque bien humana, por cierto. Así que en el momento adecuado de una de sus conversaciones le propuso al cura que asistiera a uno de los bailes de máscaras; naturalmente le dijo que era para que se pudiera formar un recto criterio sobre el asunto en discusión; ¡no por otra cosa! El cura inicialmente se negó escandalizado, pero D. Isaac fue erosionando el ánimo del cura con sutiles argumentos y finalmente le convenció: “al fin y al cabo nadie le reconocería en el baile, porque llevaría una máscara, y, además, él podía abandonar la fiesta de disfraces, si algo hería especialmente su sensibilidad, cuando quisiera; así se formaría su propia opinión con todo fundamento”. Total, que el cura dijo que sí cuando D. Isaac le aseguró que con el disfraz nadie le reconocería. Sin embargo, tan pronto el cura entró en el salón de baile, acompañado de D. Isaac, todo el mundo decía a su paso: ¡mira, éste es el cura de S. Andrés!; ¡fíjate: éste es el cura de San Andrés!; ¡qué gracia: mira, éste es el cura de San Andrés! El cura abandonó precipitadamente el salón pensando que era cosa del demonio que le hubieran reconocido debajo de su máscara; y sí que era cosa del demonio: del demonio de D. Isaac concretamente, que en la espalda del disfraz del cura había puesto un letrero que de forma más que visible decía: “Éste es el cura de S. Andrés”.
No fue esta la única vez que estuvo cerca de ser excomulgado mi genial bisabuelo. En otra ocasión un aparcero de Villaverde de Sandoval -el monasterio y sus tierras también pertenecieron a la familia- entró a la iglesia con evidente ánimo de confesarse y a un joven D. Isaac, que estaba en ese momento en la iglesia, no se le ocurrió mejor idea que meterse en el confesionario y confesar al buen hombre, quien -fijaos en la casualidad: como dicen, la realidad siempre supera a la ficción- se confesó, entre otros pecados corrientes, de haber talado algunos chopos propiedad de D. Cayo, el padre de D. Isaac, y haberse apropiado de la madera. D. Isaac, generoso y magnánimo, le absolvió de todo pecado, pero le puso de penitencia, no que devolviera el dinero, sino que hiciera una larga caminata por el camino de Santiago. Cuando el tema, que trascendió, llegó a oídos del Obispo, D. Isaac, esta vez sí, estuvo a punto de ser excomulgado, y a mi entender debía haberlo sido. Pero se ve que entonces la influencia de D. Cayo daba para proteger a su hijo de todo mal, incluida una posible excomunión.
Otra anécdota famosa se produce cuando en el Casino, para escarmentar al típico mirón de partida de cartas, que era corto de vista y tenía problemas en los ojos desde joven, D. Isaac hizo apagar súbitamente todas las luces del bien cerrado salón de juego -tan bien cerrado estaba que en él no entraba nada de luz del exterior-, y consiguió que todos los jugadores, convenientemente aleccionados con anterioridad, siguieran hablando, fumando y golpeando las mesas con los naipes, como si tal cosa; el pobre hombre comenzó a gritar: ¡he perdido la vista!, ¡estoy ciego!, ¡ciego!, ¡me he quedado ciego! Entonces encendieron la luz, se hizo el milagro y el ciego recuperó la vista, pero el pesado mirón no volvió por el Casino nunca más, claro.
Así se las gastaba D. Isaac. Hay muchas anécdotas, pero no quiero extenderme demasiado, aunque me temo que ya lo he hecho. Sólo mencionar que las malas lenguas decían que a D. Isaac le encantaba asistir, cuando estaba en Madrid, al espectáculo en el que la famosa vedette Consuelo Portela, “La Chelito” se buscaba una pulga indiscreta que se había colado entre su piel y su ropa más íntima, mientras cantaba el famoso cuplé que reza: “Hay una pulga maligna, que ya me está molestando, porque me pica y se esconde y no la puedo echar mano, etc.”. No está comprobado en absoluto; probablemente sean maledicencias de las gentes; ¡seguro que es así!
También dicen esas maledicentes lenguas que a D. Isaac le encantaba el juego y, concretamente, jugar a las chapas, a las que tan aficionados son en León en Semana Santa. Pues bien, fijaos en la fama de D. Isaac y en “¡cómo es la gente de León!” según decía mi madre, que alguien propaló que D. Isaac, un día, en una partida de chapas, se había jugado a mi bisabuela Paca. Eso es, seguro, una mentira, ¿cómo se iba a haber jugado D. Isaac a su esposa a las chapas? En todo caso, si así hubiera sido, lo que es seguro es que D. Isaac ganó la apuesta, porque yo conocí a mi bisabuela; ella estaba en casa cuando yo era un niño, me encantaba quedarme en su regazo durante horas acariciando su cara. Así que, en primer lugar, no es creíble que se la jugara y, en segundo lugar, si así hubiera sido, lo que es seguro es que no la perdió. Pero como lo cuentan…, pues yo lo cuento, pero ¡que quede claro que es sólo una gran mentira!
DÑA. INDALECIA BALBUENA IRIARTE
Hija también de D. Cayo, era hermana de Dña. Socorro y de D, Isaac, casada con D. José Alonso Pereira, hermano como dijimos de Dña. Francisca, la esposa de D. Isaac.
Sus once hijos, nacidos en León, los Alonso Balbuena, eran doblemente primos de mi abuela, Asunción Balbuena Alonso y, simplemente primos de mi abuelo, Gustavo Fernández Balbuena; sus nombres: Manuel (que falleció a los 17 años), María Victoria, Asunción (casada con D. Enrique Amman), Consuelo (casada con D. Adolfo García), Fernando (Médico dentista afincado en León, casado con Dña. Manuela Mella), José María (Médico, casado con Dña. Pilar Pardo de Canalís, quien ayudó a sobrevivir de recién nacida a mi hermana Mari Carmen -nació prematuramente en Ardoncino, a los seis meses y medio de gestación-), Gustavo (Médico, casado con Dña. Clara Arredondo), Soledad (casada con D. Manuel Revuelta), Luis (casado con Dña. Concepción López y Vélez), Isaac (fallecido a los dos años), Carlos (Médico dentista, casado con Dña. Enriqueta Merino) y Mercedes (casada con D. Antonio Prada). Todos ellos fueron visitantes asiduos de Ardoncino y han transmitido sus recuerdos a las siguientes generaciones.
Mis primos descendientes de Dña. Indalecia y sus descendientes son tantos que entenderán que no los mencione aquí, uno por uno, pero saben que están en mi recuerdo y sé que ellos tienen en su memoria a Ardoncino.
D. GUSTAVO FERNÁNDEZ BALBUENA Y DÑA. ASUNCIÓN BALBUENA ALONSO
La única hija de D. Isaac, Dña. Asunción Balbuena, se casa con su primo carnal, el Arquitecto D. Gustavo Fernández Balbuena, con el que había compartido veraneos en Ardoncino desde niños, junto con el resto de los primos. ¡Imaginaos cómo se multiplica la relación de mi familia con Ardoncino entonces!
En el otoño de 1921, Gustavo Fernández Balbuena escribe su artículo “La arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés”. Mi abuelo tenía verdadero amor por Ardoncino y ya casado pasaba largas temporadas allí descansando, junto con su esposa y sus hijos, y cerca de sus suegros. Los niños pasaban todas las vacaciones de verano allí. Gustavo y Asunción tuvieron cinco hijos muy seguidos: Carmina (mi madre, casada con D. José Mata; que tuvieron cuatro hijos: José Luis, Mari Carmen, Gustavo y María Pilar), Manuel (casado con Dña. Concepción Díaz Portas), Lola (casada con D. Ramón Testa padres de María Ángeles, Asunción y Lola), Rosina (casada con D. Joaquín Caro, padres de Rosa) y Leopoldo (casado con Dña. África Aleixandre, padres de Gustavo, Leopoldo, Luis Ángel, África y Alfredo).
D. Gustavo tenía tal pasión por su profesión de arquitecto, que su salud se resentía por el ritmo enloquecedor de trabajo que se imponía; y cada vez que se encontraba mal iba a Ardoncino a reponerse. Recién casado, pronto planea cumplir un sueño: convertir sus catorce fincas de Ardoncino en un lugar autárquico, autónomo, en el que poder aislarse de todo para seguir creando sin depender de nadie; así, con este motivo, proyecta y construye una casa para sí y su familia, “La casa de arriba” que figura en los catálogos de arquitectura como una obra singular. La casa tenía de todo, salvo molino, porque confiaba que nunca le faltaría el molino del abuelo de José Ramón Fierro, para moler su trigo. La casa está -mejor dicho, estaba, ¡hasta hace bien poco estaba!- en el alto del pueblo y desde allí se contempla aún un horizonte sin límites; se puede ver León y todo el páramo, también la línea de montañas que separa el reino de León de Asturias; y todo a escasos 300 metros de la iglesia de Ardoncino, de “La casa de abajo” y de las bodegas; basta, desde allí, con dirigir la mirada hacia la minúscula vallina para ver todo Ardoncino; y allí arriba se está varios grados de temperatura más fresco que abajo y siempre corre la brisa: ¡un verdadero paraíso! Ahí creció mi madre y mis tíos, junto a sus padres y junto a Isaías, Isaac, el ama, Basilisa, D. Antonino el cura…, en fin, junto a todo el pueblo. Sus veraneos de infancia fueron un torbellino de actividad: jugando al tenis en la pista que tenían detrás de “La casa de arriba”, fumando hojas de parra picadas y liadas con papel higiénico, jugando con todo, con las lagartijas, con los gatitos, con los perros, con las gallinas y los pollitos, con los murciélagos a los que, después de capturados, les hacían fumar cigarrillos, o con las ranas a las que inflaban con un paja de trigo, convenientemente adaptada, e introducida en el animalito por el lado contrario de dónde tienen la boca los pobres bichos, para ver luego como flotaban sin poder hundirse, … ¡hasta tenían una loba enjaulada! una loba que habían recogido de cría después de que cazaran a la madre, -¡si lo llega a saber la protectora de animales!-. Mi madre y mis tíos eran unos pequeños salvajes a tiempo parcial viviendo felices su verano en un marco incomparable. Todos ellos eran genuinos leoneses nacidos en Madrid y en todos estaba imborrable la huella de Ardoncino.
En una de las recaídas de salud de D. Gustavo, que, como os decía, siempre estaba poniéndola en riesgo por exceso de trabajo, deciden, para que se reponga, hacer un crucero por el Mediterráneo; acompañan a Gustavo su esposa Dña. Asunción y su hija mayor Carmina, mi madre, que tiene entonces quince años; es el año 1931. Frente a las costas de Andraitx, en Mallorca, al anochecer, después de cenar en el barco, Gustavo desaparece; la última persona que lo vio describió que estaba apoyado en la barandilla del barco mirando absorto el horizonte, con la mano en la frente, en lo que era una postura característica suya. Esa noche habían cenado a bordo salmonetes. Mi madre no los volvió a probar en su vida.
D. Gustavo Fernández Balbuena cuando desapareció tenía sólo 42 años y ya era considerado el mejor arquitecto de su generación. Un pionero: el primero en escribir sobre arquitectura popular, el primero en escribir un libro sobre urbanismo, el fundador de GATEPAC, el fundador de la Revista Arquitectura de la que fue su primer Director, el autor de importantes trabajos sobre patrimonio monumental -suyo es el Catálogo monumental de Asturias, que escribe en Ardoncino, desde donde viajaba a Asturias para documentarse-, el pionero de la fotogrametría aérea… Su obra arquitectónica es ingente. Llega a ser Arquitecto Jefe de Urbanismo de la capital de España, urbaniza las riberas del Manzanares y el Paseo de la Virgen del Puerto, contribuye decisivamente al trazado de la Ciudad Lineal… Hay muchas obras suyas catalogadas en Madrid. Una obra increíble que desarrolla en muy pocos años. En León su obra más conocida es lo que fue la sede del Casino en la Plaza de San Marcelo, que hoy es la sede del Banco de Bilbao Vizcaya. Su obra ha sido objeto recientemente de tesis doctorales.
Y, estoy seguro de que si le preguntaran a D. Gustavo de dónde era, no diría que de Ribadavia, en donde había nacido, de donde era su padre y de donde él fue Arquitecto Municipal, diría que él era de Ardoncino. Así se sentía.
Él es el responsable de que Ardoncino sea conocido por todos los que se hayan interesado por la Arquitectura popular en España.
DÑA. CONSUELO FERNÁNDEZ BALBUENA
Casada con Lorenzo Gallego, otro notable Arquitecto, tuvieron varios hijos: José Luis Gallego Fernández (casado con Dña. Elena Belaunde, padres de Elena, Alberto y José Luis); Fernando Gallego Fernández (también notable Arquitecto); María Teresa (casada con D. Elías Díaz Vigil-Escalera, oftalmólogo colaborador de Félix Fernández Balbuena en Gijón, padres de María Teresa); Antonio Gallego Fernández (médico e insigne Catedrático de Fisiología, casado con Dña. Esperanza Fernández, padres de Roberto, también Médico y Catedrático y de Antonio); y María Rosa (“Piola”, otra talentosa artista de la familia). Todos estos primos de mi madre formaban parte de la “troupe” de jóvenes Fernández Balbuena, que invadían en los veranos Ardoncino.
D. FÉLIX FERNÁNDEZ BALBUENA
También se libra de vivir la Guerra, como le sucedió a mi abuelo Gustavo, por haber fallecido antes, Félix, otro de los ilustres hermanos Fernández Balbuena, notorio Médico oftalmólogo, gran investigador del tejido de la retina humana, otro pionero. D. Félix fallece en Gijón, donde ejercía como oculista, en 1936, justo antes de empezar la Guerra. Como Gustavo y como Roberto, Félix había heredado un notable talento para la pintura y el dibujo. D. Félix era algo más que un notable pintor, era, además, muy buen retratista y escultor. Modela un espléndido busto de D. Isaac. Retrata a algunas de sus sobrinas,… Conservo en mi casa un retrato al carbón de su hermano Gustavo, niño, y otro al oleo, de gran formato, de su padre, mi bisabuelo Gustavo, hechos por él.
De Dña. Socorro también conservo un retrato al oleo, pero hecho por D. Roberto.
También su padre D. Gustavo Fernández Rodríguez, el Ingeniero de la Armada, era muy buen dibujante. Recientemente he descubierto que un hermano suyo, de D. Gustavo Fernández Rodríguez: Silvio Fernández Rodríguez, fue además de Abogado, un famoso pintor; he podido ver alguna de sus obras que están en el Museo Provincial de Pontevedra. D. Silvio Fernández Rodríguez tiene una calle con su nombre en Pontevedra.
El tío Félix viajaba frecuentemente desde Gijón a Ardoncino, y ha inmortalizado algunas escenas de Ardoncino de los años 20, en sus películas. En ellas se puede ver a los bisabuelos Dña. Socorro y D. Gustavo, a D. Gustavo y Dña. Asunción, con sus hijos en Ardoncino, a D. Roberto, a mi madre y sus hermanos jugando en “La casa de arriba”, a algunos de los hijos de Dña. Indalecia y D. José, etc.
Mi madre recordaba que ella y sus hermanos cazaban ranas para que el tío Félix las empleara después en sus investigaciones sobre la retina.
D. MANUEL FERNÁNDEZ BALBUENA
D. Manuel, Ingeniero de Minas, fue Director General de Cristalera Española y Director de Minas de Río Tinto, casado con Emilia Fernau Bertuelo tuvieron varios hijos: Carlota (casada con D. Augusto García Limón, padres de Emilia, Francisco, Concepción y Augusto), Gustavo (Ingeniero de Minas, casado con Dña. Lucía Azqueta, padres de Lucía, Rosa María, María Antonia y Delia), Leonor (casada con D. Juan Acevedo, padres de Juan Manuel, María del Carmen, Emilia, José Francisco y Gustavo), Emilia (casada con D. Francisco Navarro, padres de Emilia y Carmen), Magdalena (casada con D. Alfonso López-Lago, padres de Jorge, Magdalena, Alfonso y Emilia), y Jorge (fallecido en combate durante la Guerra).
Todos estos primos de mi madre, Fernández-Balbuena como ella, aunque muy ligados a Huelva, estaban también muy frecuentemente en Ardoncino y también trasmitieron los recuerdos a la generación siguiente, a mis primos segundos los García- Limón Fernandez-Balbuena, los Fernández-Balbuena Azqueta, los Acevedo Fernández-Balbuena, los Navarro Fernández-Balbuena y los López-Lago Fernández-Balbuena. Y éstos a sus hijos y nietos. Me consta.
MIS PADRES: DÑA CARMINA FERNÁNDEZ-BALBUENA Y D. JOSÉ MATA GARCÍA
Mi abuela Dña. Asunción, ya viuda, y sus hijos siguen yendo a Ardoncino, cuando menos a pasar el largo verano, de Julio a Septiembre, en “La casa de arriba”, junto a sus padres D. Isaac y Dña. Francisca, que están en “La casa de abajo”. Mi madre ya es una jovencita y entonces es cuando aparece en escena mi padre: el joven Inspector Veterinario de Chozas de Abajo, D. José Mata García, natural de Villaturiel, hijo de D. Emilio Mata, de Mansilla de las Mulas, y de Dña. Pilar García, de Valdevimbre. D. Isaac es quien los presenta. Se enamoran y se cortejan bajo la atenta vigilancia de la abuela Dña. Francisca, que encargaba a su nieta pequeña Rosina que hiciera de permanente carabina de la pareja en sus paseos por El Bago. Ella, la “abuelina Paca”, era muy conservadora, muy tradicional y decía por ejemplo: “los besos no hacen hijos, pero tocan a vísperas” y ponía mala cara en cuanto mi padre se acercaba a mi madre; incluso después de casados seguía incomodándole que mi padre se mostrara cariñoso con mi madre si ella estaba presente. D. Isaac, era otra cosa, más abierto, más moderno. Cuando mi madre le anuncia su noviazgo a su abuelo Isaac, él le contesta en una entrañable carta, ejemplo incomparable de amor de abuelo, que a él, Pepe, le parece un chico estupendo, con su carrera bien hecha y su porvenir resuelto, trabajador, impecable, etc. y que él no tiene nada que decir, pues ella, mi madre, tiene a su madre, Asunción, para que le aconseje del mejor modo.
Un día, que la pareja de novios -mis padres- estaba merendando con otros amigos, hermanos y primos en la bodega, el vino se le sube a la cabeza a la mencionada “carabina”, a mi tía Rosina; y se le sube al estilo de la zona, a traición; ella, al salir de la bodega, nota súbitamente el efecto del vinillo que poco antes entraba sin sentir, y llena de sinceridad, agarrándole del brazo resueltamente, mira a D. José, mi padre, el novio de su hermana, y le dice: ”la verdad es que mi hermana es muy mona, pero tú, Pepe, ¡qué guapo eres ladrón!”. Mi padre era uno de los hombres mejor parecidos y más distinguidos que yo haya visto y eso no era lo mejor que tenía: era un hombre bondadoso, donde los haya, al que todo el mundo quería y al que todos en todos los sitios por donde pasó recuerdan; bueno, honesto, sobrio y elegante en todos sus gestos, hasta el fin de sus días. D. José Mata fue Inspector Veterinario Titular de Chozas de Abajo con la plaza en propiedad entre el año 1934 y el año 1942. Más adelante, como Doctor en Veterinaria, fue Titular en Aranjuez y después, desde 1944, Inspector Veterinario Titular en Pola de Siero, Asturias, hasta su fallecimiento allí en 1969.
LA GUERRA Y LA POSTGUERRA
El abuelo Isaac ya había fallecido, en 1935. En Julio de 1936, Madrid está en un proceso de grave agitación política que presagia lo peor. El 16 de Julio mi abuela y sus hijos, parten de nuevo -un año más- hacia Ardoncino, a pasar el verano, pero, al estallar a los dos días la Guerra, han de pasar tres años entre Ardoncino y León. ¡Menos mal! Porque en Madrid lo pasaron peor que en León.
Mi madre contaba que en los primeros días de la Guerra se presentó en Ardoncino un camión lleno de hombres vestidos con mono, con una pinta muy mala; subieron a “La casa de arriba”; podían ser de un bando o del otro, y mi padre no estaba en casa pues había ido a una visita profesional; cuando mi padre llegó, a caballo, se acercó al galope, con la mano en alto gritando ¡Arriba España!, menos mal que los del camión eran nacionales, porque sino yo no estaría aquí contándolo. Mi padre y mi tío Manolo combaten en la Guerra del lado nacional. Mi tío Leopoldo, con 15 años, miente sobre su edad y sin apenas barba y bigote, un crío, pero lleno de valor, se incorpora también a filas.
Nunca oí a mi padre referir nada de la Guerra. Si le preguntabas, decía alguna pequeña cosa sin trascendencia y pasaba a otro tema. En Junio de 1937, en plena Guerra, mi padre y mi madre se casan en la Iglesia de Ardoncino, aprovechando un permiso de mi padre. Los anillos de oro los regalan al Tesoro Nacional. Yo conservo siempre en mi dedo anular el de plata de mi padre, con el nombre de mi madre y la fecha -18/06/37- grabadas en el interior. El ramo de novia fueron unas azucenas que crecían en el huerto del cura, D. Antonino, que hasta última hora no se sabía si se iban a abrir a tiempo o no. Finalmente sí lo hicieron. Cada año estoy pendiente de la fecha en la que las azucenas se abren y me acuerdo de ella. Pero en Madrid se abren casi un mes antes de lo que lo hacen en Ardoncino. Las mozas del pueblo cantaron en la ceremonia; puede que la madre de Francisco Javier Martínez Geijo, el Alcalde de Ardoncino, estuviera en el coro cantando el día que se casaron mis padres. Poco después de terminada la Guerra, concretamente dieciocho días después, nace, en Valladolid mi hermano mayor, José Luis, y un año y medio más tarde nace en Ardoncino, el 11 de Septiembre de 1940, mi hermana Mari Carmen, que se adelantó a los acontecimientos naciendo a los seis meses y medio de gestación, por eso les pilló a todos por sorpresa, mientras pasaban el verano en Ardoncino; es ella la que ha recibido en nombre de la familia la placa del homenaje de la Junta vecinal.
D. ROBERTO FERNÁNDEZ BALBUENA
Mientras tanto, el tío Roberto, hermano de mi abuelo Gustavo, arquitecto como él y notable pintor –con obra expuesta en el Museo Reina Sofía, entre otros-, que se sentía también de Ardoncino, igual que mi abuelo, y que era “la oveja roja de la familia”, como le gusta decir a su hija Guadalupe, está en Madrid, seriamente comprometido con la República, participando en la parte de la Guerra que corresponde a un profesional del arte y la cultura: salvar el patrimonio artístico del país amenazado por la guerra y el pillaje. Roberto es responsable en ese tiempo del Museo del Prado, su Director Ejecutivo, y preside la Junta de Incautación de Obras de Arte; le toca salvar muchos de nuestros tesoros artísticos, entre otros las obras del Museo del Prado bombardeado por la aviación nacional. Mientras una parte de la familia está en el frente, de un lado, Roberto, comprometido con la República, se deja la salud en Madrid trabajando, sin comer, tratando de salvar todo lo salvable de la guerra y del terror de la retaguardia; del terror y la ignorancia de algunos de sus compañeros políticos, aquellos que confundían el patrimonio común: la historia y la cultura, con las posiciones políticas conservadoras que atacaban y sólo por eso los destruían y de aquellos salvajes que, desde el otro bando, llegan a bombardear el Museo del Prado.
Al término de la Guerra, Roberto parte hacia el exilio. Se instala en México, se casa con Elvira Gascón, española exiliada, artista como él, con la que había compartido su labor de salvación del patrimonio artístico en la Guerra. Los casa el Obispo de México D.F.; nacen sus hijas: Guadalupe y Elvira. Guadalupe se casa con D. José Manuel de Rivas Cheriff y tienen tres hijos: José Manuel, Guadalupe y Francisco, y Elvira se casa con D. Fernando Fernández y tiene una hija: Julieta.
¿Qué hubiera ocurrido si mi abuelo -que sociológicamente debía ser conservador, pero que intelectualmente estaba comprometido con su época y con las ideas progresistas, hubiera vivido la Guerra? Mejor no saberlo. A veces, en determinadas circunstancias, es mejor no estar presente. Claro que ¿qué hubiera hecho como Arquitecto si hubiera vivido unos años más?
EL RESTO
Y, para que nadie se pueda sentir no mencionado, menciono aquí a todos los miembros de la famila que están menos presentes en mi recuerdo, pero, para los que Ardoncino era también, y aún es, estoy seguro, un recuerdo imperecedero.
EPÍLOGO PROVISIONAL (Conviene no cerrar nada del todo, por si acaso)
En el año 1942 mi abuela Asunción decide vender todas sus propiedades en Ardoncino. Pero Ardoncino sigue presente en la memoria de mi familia. Es un recuerdo imborrable para todos.
Ahora, comprobamos que la familia, pese a los muchos años transcurridos, sigue presente en la memoria de las gentes de Ardoncino. Con una viveza que parece que fue ayer cuando los Balbuena paseaban por allí.
Parece increíble, pero es verdad. ¡Qué suerte tenemos algunos!
Muchas gracias, otra vez, por todo, a todos los de Ardoncino y Chozas de Abajo.
Gustavo Mata Fernández-Balbuena, Las Rozas de Madrid, 23 de Agosto de 2010
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