Describo, sintéticamente, mi última hora de la tarde del miércoles pasado frente al televisor:
Vaya por dios, gol… (Bélgica 1-España 0)
GOL, ¡¡¡qué golazo!!!…(Bélgica 1-España 1)
…
…
¿¿??
¡GOOOOOOOOL!, ¡GOOOOOOOL!, GOL, GOL, GOL.
Final: España 2, Bélgica 1
¿Será posible que los desfiles de nuestro ejército en el día de la Fiesta Nacional no desaten, ni en la izquierda ni en la derecha, ni siquiera en el jefe de la Oposición al que le parece el asunto un coñazo, más entusiasmo que el de que supone una ocasión singular para algunos de abuchear al Presidente del Gobierno de todos?
¿Y será posible que un triunfo de «la roja» sea, hoy por hoy – junto a los de la selección nacional de baloncesto, Nadal, Alonso, Contador, Sastre, etc. – uno de los escasos aglutinantes del sentir colectivo de los españoles?.»Yo soy español, español, español,…» cantan a coro los hinchas.
¡Manda huevos que diría Trillo!
Quiero aclarar que yo soy asturiano y que me siento profundamente español por ello. No hay para mi contradicción entre esos sentimientos, ni siquiera son complementarios, son la misma cosa. Pero claro, desde la antigua “metrópoli” nos resulta más fácil sentirnos así –acordaos de D. Pelayo y de Covadonga y pensad que para nosotros España es Asturias y lo demás «tierra conquistada al moro». Disculpad la simplona forma de ¿razonar? del párafo precedente pero ya sabéis lo «grandones» que somos los asturianos. A otros puede que les cueste sentir lo mismo, y que sientan de otra manera. Respeto mucho a todos los discrepantes intelectuales, o sea a los que piensan de forma diferente a la mía. A mí me gusta mucho la discrepancia y la dialéctica de confrontación de ideas, con argumentos y contrargumentos, y con cada quien sacando sus propias conclusiones, las suyas, probablemente diferentes para cada uno. Cuando todo el mundo está de acuerdo conmigo me inquieto, me siento mal, y propendo a cambiar mi postura – lo hago en términos de método dialéctico para comprobar si, al final, estoy de acuerdo conmigo mismo o no -. Pero, si de lo que se habla es de sentimientos, está claro que cada quien siente de una forma y que uno en su corazón no manda; y aquí si que no queda más que respetar y asumir que cada quien sienta lo que sienta.
Pero si todos fuéramos conscientes de lo que todos somos y de lo que no somos en nuestra España, con nuestras virtudes y nuestros defectos, con nuestros éxitos y nuestros fracasos y aprendiéramos a amarlos por igual, porque todos son igualmente nuestros – como recomendaba Tomás y Valiente – tendríamos mucho a ganar, mucho más que con esta tendencia centrífuga que no para de crecer en la que los que sentimos como yo y pensamos así empezamos a sentirnos raros.
¿Por qué nos cuesta tanto a los españoles definir y reforzar lo que nos une y acotar bien lo que nos separa? ¿Será la sombra de la España Invertebrada de Ortega? ¿Estamos aún padeciendo el pesimismo que nació en 1898 con la pérdida de nuestras últimas colonias? ¿Nunca vamos superar del todo la hecatombe histórica que nos desgarró en la Guerra Civil, ni la horrible represión posterior?
Vivo en Madrid desde hace veinte años; he estudiado en Asturias, en León y en Madrid; he trabajado y vivido con mi familia cinco años en Cartagena, dos años en Barcelona, un año en el País Vasco y dos años en Galicia. Leo, entiendo y hablo algo en catalán, leo y entiendo muy bien el gallego, conozco bastantes palabras del eusquera batua. Tengo todo un apartado de mi biblioteca con mucho de lo que se publica sobre el País Vasco, desde todas las tendencias y sensibilidades. Conozco bastante bien nuestra historia. Veraneo en Cabo de Palos desde hace muchos años y por ello me siento también de allí. También he trabajado en Zaragoza y en Granada. Vamos, que lo de la rica multiplicidad y diversidad de este mosaico que es España me lo conozco bien; y lo amo apasionadamente, trozo a trozo y en conjunto, con sus luces y sus sombras, y con sus contradicciones.
Me encantaría pensar que son muchos los españoles que se sienten como yo, orgullosos de cada trozo y del conjunto y de que llevemos juntos más de 500 años, aunque nuca estuviéramos del todo separados. Me gustaría que hiciéramos nuestro el lema: E PLURIBUS UNUM: Unos en la diversidad.
octubre 18, 2008 at 12:46 am
Creo que en los hábitos folklóricos se ha exagerado el hecho diferencial pues es mucho más lo que tenemos de común que lo que tenemos de diferente. Y en el siglo veintiuno es más fundamental afirmar lo que nos une en un proyecto común y de futuro.
Siempre ha habido como un mito de la decadencia en nuestro país. Pero no viene de ahora sino desde Roma, siempre nos ha acompañado la historia de un país negro, la historia de Flandes, el concilio de Trento, la bandera roja.
Una España de herejes y de inquisición, de nacionalismo y de centralismo, ésa ha sido la historia de España, la chapuza de la modernidad, la España caínita frente a la facilidad de hacer amigos, hay una falta de rigor pero nos sentimos bien, hay hospitalidad.
Desde luego tenemos que pensar en futuro, y en un nuevo proyecto común, y muchos mitos ya han caído.
Yo como andaluza he sentido a veces ese complejo de inferioridad en que estamos sobre todo cuando nos comunicamos con el resto de las comunidades y apreciamos la manera distinta de hablar, el nivel mental de las comunidades mediterráneas, de Madrid, del Norte, apreciamos que es diferente. Pero después no es tanto cuando compartimos de verdad los hechos cotidianos, yo lo puedo decir porque también he convivido con extranjeros, con europeos y ademas con gente de diversos sitios de España.
El problema entonces de las diferencias creo que surge más por la clase de vida, por los estilos de vida, ultimamente existía una guerra de imagen también un poco creada por la publicidad y el marketing, comunidades, estilos de música o de profesiones, esto creo que es lo que hoy está marcando la gran diferencia. Y aunque hay mucha más sutileza yo creo que están empezando a salir muchas de ellas.
Lo que me preocupa es que lleguemos a la mediocridad, la falta de cortesía, la insolencia, el cinismo o incluso la chulería, y esos sentimientos han estado siempre ahí algo soterrados pero continúan en pie de guerra.
Y la función de un derecho del Estado que debiera ser la de mantener la igualdad paradójicamente no impide una implacable guerra civil que tiene por función mantener las fronteras entre las castas, las familias, las clientelas.
La prueba está en el juego táctico de las oligarquías, en la forma como se aseguran sus clientelas. Se permite que los jefes discutan sus puestos pero en realidad hay una regla de vigilancia que permite la explotación de los débiles por los débiles que es lo que está pasando. Por eso no nos damos cuenta de las diferencias de una forma evidente.
Pero no obstante me parece que hemos avanzado mucho en el sistema de la sociedad postindustrial. La etapa de la liberación de la opresión de la losa que ha soportado la humanidad por el ejercicio abyecto del poder político ha llegado. Y tenemos que pensar en un proyecto común y me atrevería a decir mundial.
Hearty greetings, Ishtar surrendered!!!